El alma perfecta vive en la Casa de su Padre Celestial donde todo le habla de amor, es anegada en amor. Los Santos y los Ángeles son sus hermanos y trata familiarmente con ellos. Celebra sus fiestas y les ruega se acuerden de ella cerca de la Madre y del Padre comunes. Se une con tierno afecto a su ángel custodio al cual llama hermano querido, y rivaliza con él en celo para amar a Dios. Experimenta compasión sin límites por las almas del Purgatorio y por los pobres pecadores, hijos alejados o extraviados de la casa paterna. Ama a todas las almas justas y se deleita en conversar con ellas sobre las alegrías de la patria y las delicias del amor.
Claro que a veces se anubla su cielo, el divino Sol oculta su luz; pero el alma no se inquieta; cree en el amor y en la fidelidad de Dios, sabe que un ardor demasiado prolongado minar´´ia sus fuerzas antes de tiempo, o le impediría aplicarse a sus deberes cotidianos. Pero estos intervalos no duran. Las grandes pruebas, las largas ausencias de Dios han pasado. El alma se halla establecida en Dios. Cada respiración, cada movimiento la aproxima a su término. Gusta de cantar: “Me alegra de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor”.
José Sxhrijvers