En siglos pasados, cuando los bufones desempeñaban todavía un papel en las Cortes de los soberanos y en los palacios de los potentados, sucedió que enfermó gravemente un gran señor que poco tiempo antes había entregado al bufón del castillo el cetro de locura, que transmitía a éste grandes privilegios, y de los cuales era el principal, poder decir siempre impunemente la verdad, aun al mismo señor a cuyo servicio se hallaba. La entrega del cetro se solía hacer con la advertencia de que el agraciado podría llevarlo hasta el momento en que se hallara a otro más loco que él. En tal caso, tendría que entregarlo a quien le superase en falta de juicio.
Viendo aquel señor enfermo al bufón junto a su lecho, le dijo:
-. Probablemente, me he de marchar pronto…
-. ¿A dónde irás, querido señor?, preguntó el gracioso.
-. A un país muy lejano… -era la contestación.
-. ¿Y cuándo volverás?… ¿Acaso dentro de un mes?- inquirió Arlequín.
-. ¡No!, -replicó con tristeza el enfermo.
-. ¿Quizá dentro de un año? –siguió preguntando el visitante.
-. ¡No! .contestó nuevamente, y más triste aún el señor.
-. Pero ¿cuándo entonces?… ¿cuándo volverás?- exclamó ahora, impaciente, el bufón.
-. ¡Nunca!…¡Nunca! – replicó con un hondo suspiro el enfermo.
-. ¿Y qué preparaciones has hecho para un viaje tan largo? – inquirió ahora el visitante.
-. ¡Ninguna!…¡Ninguna! –dijo en voz baja el enfermo.
-. ¿Es posible? – exclamó, asombrado, Arlequín, y los cascabeles de su gorro se echaron a sonar- ¡Te piensas marchar para toda la eternidad a un país lejano para no volver jamás y no te preocupas nada en disponerte para ello!… ¡Ay, querido señor; el cetro que me confiaste te lo devuelvo! Tuyo ha de ser en adelante, porque tan loco como tú no estuve yo jamás…
M.B. Kolb