Es una de las obras de misericordia que, aun recomendada a todos los católicos, es especialmente obligatoria para los sacerdotes. No sé si instruyen a sus feligreses -perdón pero ¿hay sacerdotes que tengan feligreses?- sobre la necesidad e importancia de santificar las enfermedades y de recibir a tiempo los socorros que la Iglesia tiene preparados para sus hijos. Es un tema que nunca he escuchado en los sermones.
Transcribo .un texto de Chaignon: El buen sacerdote “procura que sus feligreses estén convencidos de que tiene para todos corazón de padre; que Dios le impone la obligación de sacrificarlo todo por su felicidad y que está resuelto a cumplirla; que no sólo no se le contraría llamándole a cualquier hora, sino que sería motivo de gran desconsuelo el que se mirara más su reposo y salud que la salvación y el consuelo de sus queridos enfermos. Si una alarma infundada le ocasiona algún viaje inútil, cuida de no mostrar ni el más leve disgusto. ¿De qué podría quejarse? A su corona se le ha agregado una magnifica flor; los ángeles han contado sus pasos. Dios ha visto su caridad”.
Es curioso, pero el sacerdote como tantos busca el éxito, y ¿dónde hallarlo?. En el contacto con los jóvenes. Se ensalza la parroquia cuando se llena de jóvenes, y se la compadece cuando está llena de viejos. El sacerdote, para ser promocionado, debe mostrar su éxito con los jóvenes… ¿Han visto Vdes. un sacerdote promocionado por su asistencia a enfermos y agonizantes? Es el lamentable error de las prioridades…
Jaime Solá Grané