Este es el ejemplo de un hombre que recibió diez talentos y después de largo trabajo los devolvía al Dueño de la Iglesia. En el tiempo difícil de la Reforma, cuando ya se había celebrado el Concilio de Trento, envió Dios a la tierra una gran pléyade de santos, los grandes amadores de Dios, para terminar la labor reconstructora. Vinieron santos predicadores, fundadores, contemplativos, ascetas. La Iglesia tuvo grandes prelados y Papas como San Pío V y San Carlos Borromeo.
San Roberto Belarmino
De joven le gustaba mucho el estudio de las letras y del mundo clásico. Por su talento se le abría un porvenir brillante, pero su madre, excelente cristiana, velaba por él. Le hace ver los peligros de esa vida dorada. Él mismo nos lo dice: «Estando yo pensando durante mucho tiempo en la dignidad a la que podía aspirar, me sobrevino de modo insistente el pensamiento de la brevedad de las cosas temporales. Impresionado con estos sentimientos, llegué a concebir horror de tal vida, y determiné buscar una religión en que no hubiera peligro de tales dignidades«, y entró en la Compañía de Jesús.
Era por entonces Rector de la Universidad de Lovaina Miguel Bayo, tristemente célebre por sus doctrinas semiluteranas. El joven jesuita dio ya la cara, y su palabra serena dividió en dos la Universidad, creando un bando de alumnos fieles a la doctrina ortodoxa.
En pleno auge del nepotismo pontificio, Roberto, sobrino del Papa Marcelo 11, tomó la firme decisión de huir del episcopado y del cardenalato que fácilmente se le planteaban. Pero, misterios de Dios, a aquel joven jesuita sediento de humillaciones Dios le tenía preparado insólitos triunfos, hasta llegar a ser el único santo jesuita Obispo y Cardenal.
Una gran obra
En la Ciudad Eterna continuó la gran obra de Canisio y Baronio, fundando en el Colegio Romano una cátedra de controversias. Tuvo tal éxito que su obra «Controversias» se publicó en varios idiomas. Era un golpe de muerte para la teología protestante, y áncora de salvación para los espíritus tentados. El mismo San Francisco de Sales llevaba siempre al púlpito la Biblia y este libro.
No se limitó a instruir a los doctos. Su amor a la Iglesia le llevó a atender al pueblo sencillo, tan ignorante en el campo religioso. Compuso la «Doctrina Cristiana Breve>> para la instrucción de los niños.
Sus escritos muestran su amor en la defensa de la Iglesia, del Papa y de la Compañía de Jesús. Se ocupa de la dirección espiritual, y así educa a santos como San Luis Gonzaga.
Llega al Cardenalato. Clemente VIII se lo impone por obediencia. Roberto cambia de hábito, pero no su tenor de vida. Desde su nuevo cargo sigue luchando contra las sutiles concesiones con el mundo. Durante sus veintidós años de Cardenal, el santo no cesó la lucha contra las dignidades «indignas», u otorgadas indignamente.
A los setenta y ocho años el Santo Cardenal pidió un favor al Papa: retirarse al noviciado, entre sus hermanos de religión, para prepararse a morir. Desde allí sigue escribiendo, pero ya no controversias, sino para provecho del espíritu, opúsculos piadosos y llenos de unción. Este hombre, nacido para la guerra contra los enemigos de la Iglesia, ahora mantiene guerra consigo mismo, en su afán de purificarse y prepararse a la suprema rendición de cuentas. La muerte de este enamorado de la Iglesia llegó el 17 de septiembre de 1621. Todos los éxitos no habían conseguido enaltecerle. Murió humilde como había vivido.