Dice el Kempis: “No queremos que cosa que pedimos se nos niegue”. Parece que es cierto que los grandes Santos, como Don Bosco, por ejemplo, obtenían de Dios todo lo que pedían. Con contadísima las excepciones. Pero, parece, que a los cristianos corrientes, especialmente los de hoy día, apenas se les concede lo que piden. ¿Por qué será? Un hombre ya viejo, un pobre cristiano, repetía: “Si algo pido, debe ser pequeño, y pedirlo por medio del Ángel de la Guarda…” Aquí está el secreto: nuestra fe es tan pequeña y a la vez somos tan poca cosa, que obtenemos cosas pequeñas y además por intercesión de los ángeles. Esta es la razón de que tantos cristianos se sientan defraudados al no ser escuchados. La verdad es que nuestra fe es menor que un grano de arena.
Se ha puesto de moda decir ante un caso desgraciado por el que se ha rogado cada día sin el más mínimo resultado: “Contra toda esperanza, sigo confiando en Dios”. Es una forma de no pecar contra la esperanza al mismo tiempo que nos damos por vencidos. Es como una forma de decir que aceptamos la voluntad de Dios, aunque sea sin atender nuestra súplica. Es una fórmula de tranquilizar la conciencia, pero estamos seguros de que el milagro no se hará. Nos falta fe.
“A veces, me contaba el mismo anciano, pido al Señor cosas absolutamente imposibles, por ejemplo la conversión y salvación de los siete mil ochocientos millones de hombres que viven ahora en la Tierra. Al no conceder el Señor esta gracia, no me siento defraudado…”
Al escucharle pensé: “En el fondo, sólo hay orgullo; la soberbia de creerse algo…” ¿Me equivoco? Quizá sí. Porque somos hijos adoptivos de Dios, y el Hijo eterno nos enseñó la verdad cuando dijo: “Pedid y se os dará…. Todo lo que pidáis a mi Padre en mi nombre se os concederá…”
Jaime Solá Grané
