Artículo del día

EL SACERDOTE EN LA HORA DE LA MUERTE

Acabo de releer la reseña sobre la muerte de un conocido economista. El periodista  escribe que “recibió la unción de los enfermos”.  Había leído  semejante  expresión  en las esquelas, pero es la primera vez que lo leo escrito en una reseña. Es una forma clara de expresar que murió como un cristiano, y asistido por un sacerdote. Me alegra la valentía del periodista y me da pie para escribir que,  de todas las gracias que recibimos, la más preciosa es la de una santa muerte, y felicitaría al sacerdote, pues no podemos practicar caridad más grande hacia nuestro próximo que la de ayudarle a bien morir. Con la recepción de los Sacramentos – confesión, comunión, unción de los enfermos- se santifican los sufrimientos del enfermo, quedan sus faltas purificadas y se ha satisfecho a la Justicia Divina.

No sé si los sacerdotes se dan cuenta de la gravísima responsabilidad que tienen en atender a los enfermos, especialmente, moribundos. Me atrevo a transcribir un texto de Pierre Chaignon de mediados del siglo XIX, que mantiene toda su vigencia.

“Si es vedad que se cometen faltas en el sagrado ministerio, pocas o ninguna revisten la gravedad de las que tienen por víctima a un moribundo. Si se ha faltado a una obligación sacerdotal, tal vez esa falta no sea irremediable; mas si vuestra tibieza es causa de que un alma salga de ese mundo en estado de pecado mortal, esa es una desgracia   una desgracia absolutamente irreparable para aquella alma, y para vosotros ¡qué crimen!; habéis dejado pasar el único momento de perdón que la bondad divina tenía reservado a esta alma, momento que no volverá; ya está juzgada, sentenciada y sin apelación.

Si el cadáver de un mendigo, tendido por tierra, clama venganza contra el avaro asesino que le rehusó un pedazo de pan, ¡figuraos la terrible acusación que un réprobo lanzará contra vosotros en el tribunal de Dios! “He aquí –os acusará-al que habíais escogido  para ser los ojos del ciego, el guía del viajero extraviado, el pastor a quien le habíais confiado mi salvación, me ha abandonado precisamente cuando sus cuidados me eran más indispensables. Él debía esclarecer  mi ignorancia, fortificar mi debilidad, ayudarme a recibir  la muerte como la justa expiación de mis culpas. ¡Si hubiera venido a mí como amigo y como padre, si me hubiera mostrado las riquezas que vuestra misericordia guarda  para el pecador por grande que sea,  yo hubiera cedido a  llamamientos tan conmovedores! No vino. Cuando mis enemigos me cercaban por todas partes, él cruelmente me abandonó.  Vos, Señor, habíais derramado por mí vuestra preciosa Sangre y él ha rehusado hacer un pequeño esfuerzo, un ligero sacrificio para conservaros un alma que tanto os había costado…”

Creo, honestamente, que los párrocos y vicarios, no se dan cuenta de que son responsables de todas las almas de su parroquia.

Jaime Solá Grané

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Noticias Cristianas

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