Ss. Benito, ab;Quetilo, Cindeo, Drostán, Jenaro, Pelagia, Marciano, Sabino, Sidronio, Plácido, mrs;Alberto, Aleto, Amable, Berrano, cf; Juan, Leoncio, obs; Idulfo, ab; Pío1, p; Sigisberto, r; Oiga.
Introito
La Virgen gloriosa tuvo todas las virtudes de una manera perfectísima. La Virgen María fue tal que iluminó a toda la Iglesia y a todo el mundo… Ilumina todas las cosas con su ejemplo; es como una luz puesta sobre el candelero del mundo (S. Buenaventura).
Todo lo hermoso que parcialmente se encuentra en los otros santos, se halla integralmente en María. No hay ningún santo semejante a Ella (Ricardo de S. Lorenzo).
Multiplicando en Sí misma todas las virtudes -y a Sí misma en todas- Ella es completamente singular. -Diríase que María es una virtud compuesta de todas las virtudes; más aún, que transformándose sus virtudes en milagros, los milagros vuelven a ser virtudes (Pallavicino).
María, medicina del mundo, gozo de los ángeles, alabanza de la Santísima Trinidad, gloria y honor del mundo, medianera entre Dios y los hombres (S. Bernardo).
Abrasada de tal manera del divino amor y caridad sempiterna, toda ella ardía en caridad, y continuamente se ejercitaba en ella (S. Jerónimo).
Remedio singular y oportunísimo con que Dios ha provisto a los pecadores para que no se dejaran caer en la desesperación (S. Antonio de Padua).
Insondable piélago de gracia. ¿Qué maravilla es que toda la plenitud de la gracia se haya recogido en María, pues de ella se ha derivado tan copiosa gracia a los demás? (S. Buenaventura).
Amor que vence todo deseo para hacernos merced (S. Andrés Cretense).
Ella es una estrella que trae al sol, un sarmiento que trae a su cepa, una fuente que trae a su río, una hija que trae a su padre, y una criatura a su mismo Criador; es una madre de su padre, una hija de su hijo, posterior a lo que ha engendrado, y menor que lo que contiene dentro de sí; es madre y virgen, y ha tenido por razón de su hijo este nombre con el mismo Dios. Libróse de la maldición de la ley, que maldecía las vírgenes y casadas; a las vírgenes porque nunca engendraron, y a las casadas porque parían con dolor; pero de entrambas cosas se librará María el dichoso día de su parto, pues Virgen ha engendrado, y parirá sin dolor este divino infante que esperamos, que tiene padre en el cielo y madre en la tierra, pero sin madre en él y sin padre en ella, este Príncipe que siendo eterno se ha hecho temporal, pequeño siendo inmenso, compuesto siendo simple, y puéstose en lugar siendo incomprensible e incircunscrito (Lope de Vega).
Meditación: EL GOZO CUMPLIDO
El que dice: soy feliz, ¿no confiesa que no le falta nada, y por consiguiente, no olvida todos sus defectos pre entes y todo su abrumador pasado? Los antiguos griegos se imaginaban que la risa del hombre ocasionaba envidia a los dioses, y que éstos se vengaban en la tierra contra los mortales que no lloraban bastante. Hemos heredado algo de esos terrores paganos, y no nos atrevemos a recibir la alegría como un río, y la paz como una cosecha.
¿No habría sobrada pusilanimidad en no atreverse abiertamente a declarar que todo va bien, ya que nada nos falta? En el fondo, el que se juzga feliz, renuncia a lo que los hombres desean profundamente; renuncia a que se le compadezca y consuele; renuncia a los gestos proficuos de los mendigos; renuncia a aprovecharse de la energía de los demás; y hasta se convierte en deudor de todos los débiles, en bienhechor de todos los famélicos, que da de balde y constándole que incluso olvidarán el darle las gracias.
Es que la alegría, la verdadera alegría cristiana es más profunda que el dolor. Hay en nosotros -y lo sabemos muy bien- un punto último en el que siempre podemos encontrar la grada y unimos a lo definitivo. Pero para llegar a ese punto, se necesita a veces valor, y para permanecer en él se precisa heroísmo. La alegría no es una herencia fácil, no es un sentí miento agradable; nace de un principio de fe, y se conquista como la Jerusalén de los antiguos cruzados. Hay mucha sangre sobre el camino que lleva a la gloria de la Resurrección y a la alegría perpetua.
Comenzamos con exigencias: luego declaramos que nuestra dicha consistirá en ver satisfechas esas exigencias; después nos quejamos de que los hombres o las cosas vayan completamente al revés, y que no se preocupen lo más mínimo de lo que hemos deseado; luego la emprendemos con Dios, que nos abandona, y finalmente declaramos que la dicha es una palabra huera, y molestamos con nuestros sarcasmos o con nuestras historias a cuantos nos hablan de ella, y se jactan de encontrarla en el Evangelio.
Y todo esto es muy lógico, pues se parte de un principio absurdo: nuestras exigencias. No es Dios quien nos abandona, somos nosotros quienes nunca le hemos considerado como el Primero y como el Soberano y quienes le hemos sometido humilde e insistentemente un plan ya todo elaborado, como un proyecto de ley sometido a la sanción real y al que no se puede retocar; nosotros somos los que hemos definido la felicidad: la satisfacción de nuestras exigencias, sin preocupamos de poner orden y coherencia en nuestras pretensiones; somos nosotros los que hemos cometido ese doble error, siempre el mismo en la vida espiritual, de tomar la criatura por Dios, y de tratar a Dios como a una criatura. No nos hemos percatado de que nuestra dicha consistía en ser perfectamente nosotros mismos, y que nuestra naturaleza, y por lo tanto nosotros mismos, no tiene otra necesidad sino la de servir a Dios.
Oración
En Vos, Señora, tengo puesta mi confianza y todo mi consuelo después de Dios; a Vos encomiendo todas mis cosas y mis bienes; Vos sois el áncora en mis fluctuaciones, el puerto que busco en, mi naufragio, el auxilio que en aciagas horas imploro, el solaz por el cual clamo en horas de tribulación, la mano que me mantiene en la prosperidad, la alegría que me rejuvenece en la esperanza, el recreo que descansa mi fatigado espíritu. Venid a mí alegremente, hija del Sumo Monarca, suavisima luz de mi alma, paz y serenidad del entendimiento mío. Vean vuestro rostro y alégrense los coros bienaventurados, los justos redimidos, y la corona de vírgenes. Conozcan los pecadores que sois apoyo de los arrepentidos, luz de atribulados entendimientos, fuente de todos los bienes, corona de triunfantes. Apresuraos y mostrad en mi alma vuestro poder, llevándole abundancia de consuelo, sanidad para el corazón, y fuerza para seguir peregrinando por este destierro (S. Ildefonso).