El Papa Benedicto XIII propuso como modelo de pureza y patrono de la juventud al primogénito de los marqueses de Castellón, el joven San Luis Gonzaga. Había nacido en 1568, el mismo año de la muerte de San Estanislao de Kotska, y desde muy niño mostró una piedad poco común.
Su padre, gran militar, deseaba que su hijo le siguiese por su mismo camino. Luis, ya a los cuatro años se juntaba con los soldados de su padre. Se le pegaron, siendo tan pequeño, algunas palabras poco correctas de aquellos soldados, que luego repetía sin saber su sentido. Fue reprendido por ello, y tuvo por este motivo un gran dolor y vergüenza toda su vida, nunca jamás las repitió, y huía de cuantos las decían.
Por las cortes de Europa
Su padre lo envió a diversas cortes de Europa, para que «viese mundo» y desarrollase sus buenas cualidades, alternando con la alta sociedad. Luis, aunque era de temperamento vivo, no se contaminó con aquella atmósfera de disipación, sino que avivó su espíritu de oración y estudio. Para defenderse mejor del mundo y sus seducciones se puso bajo la protección de la Virgen Inmaculada, con voto de perpetua virginidad, y con especial empeño en refrenar y vigilar sus ojos… Fue en una de estas cortes, deslumbrantes de riquezas y placer, cuando decidió dejar el mundo y llevar una nueva vida de penitencia. Por sus ayunos continuos flaqueaba; su padre se lo llevó consigo, pero no pudo detener sus penitencias.
Su piedad eucarística era tan singular como sus penitencias: comulgaba todos los domingos, empleando tres días antes para prepararse, y tres días después para dar gracias, y se quedaba largo rato ante el Sagrario.
Principales virtudes
Para saber en qué Orden entrar, pidió consejo en la oración a la Virgen María, y se aclaró su duda. Se decidió por la Compañía de Jesús. Su padre se opuso firmemente al principio, pero al fin tuvo que ceder. Al entrar en el Noviciado de San Andrés de Roma, a los dieciocho años, se propuso dos cosas: observar con la mayor exactitud todas las reglas y hacer con la mayor perfección las obras ordinarias. Su obediencia era absoluta, viendo en el sujetarse a Dios y a los hombres por Dios todo el mérito de ella. Destacó también por su modestia, pobreza, humildad. Decía que él era como un hierro torcido que había entrado en la religión para enderezarse con el martillo de la mortificación, y añadía que el tiempo de mortificarse es el de la juventud, porque entonces el hombre está en la plenitud de su vigor y puede ofrecer a Dios sacrificios de más precio; después vendrán los achaques y enfermedades; si algún derecho tiene Dios sobre nuestra vida, es menester que le demos las primicias, es decir, la juventud.
Ángel de paz y mártir de la caridad
Por consejo de San Roberto Belarmino fue a reconciliar a su hermano Rodolfo con el duque de Mantua. Logró que los dos enemigos olvidasen sus diferencias y quedasen unidos en estrecha amistad.
San Luis no murió sólo de amor de Dios, sino de amor a los hombres. En el año 1591 la ciudad de Roma fue presa del hambre y la peste, y Luis pidió que le destinasen al cuidado de los apestados. Lo consiguió. Al poco tiempo quedó también él contagiado. Al saberlo se llenó de alegría, pero aún tuvo que esperar unos tres meses, entre grandes dolores, hasta unirse por la muerte con Dios.
Los que deseen conservarse puros, imitando el ejemplo de San Luis Gonzaga, deben mortificar los sentidos, especialmente el de la vista. No es necesario acudir a un espectáculo para deteriorar la inocencia, ya que las calles de nuestras ciudades están apestadas de inmoralidad. Piensen que nuestra alma es como una fortaleza, donde atacan nuestros enemigos, y que las puertas y ventanas son los sentidos. Hay que tenerlas muy controladas y recogidas. Los santos nos enseñan a tener un gran horror al pecado y a acudir confiadamente a la Virgen María y a la Eucaristía, como remedio para vencer las tentaciones.