Una madre santa
Juan nació en I Becchi (Piamonte) en 1815.
Tuvo una madre ejemplar: Margarita, inteligente y santa, que educó a sus dos hijos inculcándoles una sólida piedad, el valor del trabajo, aprecio por el tesoro del tiempo y la devoción a la Virgen y al ángel de la guarda. Les decía a menudo: «Dios nos ve; Dios está en todas partes; Dios es nuestro Padre, nuestro redentor y nuestro Juez… Debemos acostumbrarnos a vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente a todo». Juan, de siete años, es de inteligencia despejada, tenaz en los propósitos, con un corazón lleno generosidad y desprendimiento. Es además un pequeño apóstol con sus amigos: les enseña a rezar, les repite lo que aprende de su madre, les corrige, incluso les muestra su habilidad en acrobacias «para ayudarlos a hacerse buenos».
Dios le muestra su voluntad en sueños. Ve cómo una turba de feroces animales se convierten en corderos, e incluso algunos en pastores, señal de que su misión en el mundo será la de educar a la juventud.
Desea ser sacerdote. Halla muchas dificultades para estudiar por su pobreza, pero trabaja con tesón en diversos oficios para pagarse los estudios en el Seminario. En 1841 es ordenado. Tiene por director espiritual a San José Cafasso, a quien acompaña a las cárceles. Llama su atención la gran cantidad de chicos abandonados que vagan por las calles con gran peligro de perversión. «¿No se podría remediar esto?»- se pregunta. Quiere «atraer a la religión a muchos muchachos que no son malos, pero que se hacen malos porque nadie se cuida de ellos».
La Providencia le da ocasión de contemplar un día cómo maltratan a un joven que acaba refugiándose en la iglesia. Don Bosco habla con él, le consuela, y descubre que no sabe rezar. Lo invita a arrodillarse, rezan una fervorosa Avemaría y le da la primera clase de catecismo. Al acabar se citan para la siguiente semana. La obra de Don Bosco acaba de empezar.
Los Oratorios festivos
El chico vuelve el siguiente domingo trayendo varios compañeros. Pocos meses bastan para que el grupo sea numeroso. Don Bosco tiene que ir en busca de un lugar donde instalar su «Oratorio». A los vecinos les molesta el bullicio y él se queda en la calle con esa gran obra en germen, y sin dinero. No se desalienta. El Oratorio lleva una vida errante hasta que la Providencia le manda bienhechores y puede comprar una pobre finquita. Los chicos necesitan una madre, Don Bosco llama a Margarita, su madre, quien lo deja todo y se va con ellos.
¿Qué ofrece San Juan Bosco a la juventud? ¿Derechos humanos? ¿Lujos, placer, etc.? Sólo los educa, sin dejarse vencer por los vicios de ellos. Forma una verdadera familia para esos chiquillos sin hogar: allí hallan comida, alegría sana y juegos, los enseña, les da un oficio y les instruye en sus deberes como cristianos.
En 1859 nace la Sociedad Salesiana, y es aprobada por la Iglesia nueve años después. Se va cumpliendo el sueño de su juventud.
En 1872 se funda la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, con Santa María Mazzarello como superiora, y en 1875 los Cooperadores Salesianos. Su obra se extiende a todos los campos del apostolado católico, y también a las misiones.
Su salud de hierro se va mermando poco a poco. Muere en Turín en 1888, dejando a los suyos el lema del trabajo y de la piedad, la caridad y dulzura con los niños, el amor a la Eucaristía y a María Auxiliadora.
Lo sobrenatural se había hecho natural en él. Vivía en constante presencia de Dios. Su acción exuberante al exterior sólo fue fruto y proyección de su unión con Dios.