La paciencia de san Juan Bosco era tan grande que no tenía límite. Aguantaba a todos pero en especial a los que le habían causado algún daño, pues no tenía en cuenta las ofensas inferidas y siempre las olvidaba. “Cuando le pedían algo, escribe Lemoyne, que no podía conceder, salían de sus labios respuestas negativas, pero tan llenas de caridad y cortesía, que convencía a los suplicantes de forma que muchos decían “parece que Don Bosco no sabe decir no”… Como no podía indicar un remedio inmediato para ciertos males, desgracias, persecuciones o discordias, consolaba, calmaba las penas”.
Se puede decir que “practicaba todas las obras de misericordia espirituales puesto que enseñaba a los ignorantes, amonestaba a los pecadores, consolaba a los tristes y rogaba a Dios y a la Santísima Virgen que bendijeran las almas y los cuerpos de quienes, por su mediación, invocaban su auxilio”.
Solo no podía contenerse cuando se trataba del honor de Dios. Cuenta el mismo Don Bosco: “Se presentó en mi habitación un individuo que, no pudiendo obtener lo que deseaba, comenzó a blasfemar de un modo espantoso. Yo que le había aguantado hasta aquel momento, ante semejantes blasfemias, no pude contenerme. Me acerqué a la estufa, tomé las tenazas y agarrando por la ropa al blasfemo grité. “¡Salga inmediatamente de aquí; de lo contrario le doy una lección”.
-. Discúlpeme si he empleado alguna expresión vulgar
-. No valen excusas; no tolero un demonio semejante en mi habitación. Este no es el modo de tratar a Dios.
Y empujándole le eché fuera. Cuando oigo blasfemar, especialmente cuando acompañan el santo nombre de Dios con cualquier epíteto irreverente, entonces salgo de mis casillas, y si no fuese por la gracia de Dios que me detiene, pasaría a ciertos actos de los que tal vez tendría después que arrepentirme”.
Conozco cristianos que, al escuchar una blasfemia, todo su ser se estremece, pierden la fuerza, quedan como hundidos. Ya sé que es una gracia, pero el don del Espíritu Santo es la fuerza de la reacción valiente. Hay pecados que no se pueden aguantar, por mucho que el aguante paciente sea signo de amor. La blasfemia es una expresión clara del odio demoníaco.
Jaime Solá Grané