Meditación del día

2 de junio

Ss. Marcelino, Pedro, Erasmo (Elmo, Telmo), Potino, Bíblides, Atalo, Alejandro, Amelia, Blandina, mrs; Eugenio l, p; Juan de Ortega, pb; Nicolás peregrino, cf; Esteban, Dictino, obs; Ulrico, er.

Introito

María, remedio y escudo seguro de unidad cristiana que de lo alto nos ha sido dado para suprema formación de este bien esencialísimo (León XIII).

Insigne Virgen sobre toda hermosura hermosa, sobre toda honestidad graciosa, que con benignos ojos mira a los hijos de la Iglesia doquiera que están por todo el mundo (P. Núremberg).

Alegría de los tristes, pues llevó en sus entrañas al que es la alegría de los siglos. Ella, Madre de los vivientes todos, como dijeron (S. Agustín).

Hacer sombra es tanto como amparar y hacer favores; porque llegando a tocar la sombra, es señal que la persona cuya es, está cerca para favorecer y amparar, y por eso se le dijo a la Virgen que la virtud del Altísimo la hacía sombra: porque h.1bía de llegar tan cerca de ella el Espíritu Santo, que había dl’ venir sobre ella (S. Juan de la Cruz).

Me acuerdo que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos; como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida me fui a una imagen de Nuestra Señora  y le supliqué fuese mi madre, con muchas lágrimas.

Paréceme que aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella, y en fin, me ha tomado así. (Sta. Teresa de Jesús).

Meditación: COMO.EL GRANO DE MOSTAZA

Queriendo el Hijo de Dios damos una idea de su Iglesia, y de la doctrina que la forma y constituye el reino de Dios, nos la representa bajo la figura de la mostaza, que siendo la menor de todas las semillas, llega a formar una especie de arbusto, tal, que sobre sus ramas habitan los pájaros del cielo. Tal es la fe o la doctrina de la Iglesia. Mirándola precisamente según el informe de los sentidos, parece la más baja y más miserable de todas las ciencias: en su objeto se descubre un Dios crucificado, escándalo para los judíos, y locura para los gentiles: en sus preceptos se ve hacer violencia a las inclinaciones de la naturaleza y a la razón humana: en sus fundamentos se halla el pecado original desde el principio del ser y de la corrupción general de la naturaleza: en su estilo una suma sencillez: en sus primeros predicadores unos hombres sacados de la clase más humilde del pueblo: todas a la verdad circunstancias que inquietan la naturaleza, que hacen fuerza al entendimiento humano, y que sólo son capaces de atraemos el menosprecio de los hombres. No obstante, la mostaza se eleva como si fuese un árbol, y los pájaros del cielo vienen a hacer mansión sobre sus ramas. De este modo la doctrina del Evangelio se eleva hasta el cielo; extiende sus ramas hasta las últimas extremidades de la tierra, y todas las almas que suspiran por el cielo vienen a establecerse sobre ellas.

Hablando San Pablo de las armas que Dios le puso en las manos para someter, reducir y subyugar los hombres a la fe, dice que no son unas armas según la prudencia de la carne, sino unas armas enteramente espirituales, que por virtud divina podían trastornar, destruir y aniquilar al fuerte, no menos que al débil. Con estas armas, dice el Apóstol, reducimos a servidumbre todos los entendimientos para reducirlos a la obediencia de Jesucristo.

Así la fe de un verdadero cristiano debe tener las tres cualidades que se notan en el testimonio de San Pablo. Debe ser humilde y obediente. Entera y universal. Viva y activa.

Hay ciertas verdades de nuestra Religión, que comprendemos muy bien, y otras que no comprendemos: comprendemos bien, por ejemplo, que hay un Dios criador de todas las cosas. El cielo y la tierra son unos libros que enseñan esta verdad a todo el mundo.

Encierra asimismo algunas verdades superiores a nuestros conocimientos. Tales son los misterios de la Trinidad, de la Encamación del Hijo de Dios, la predestinación, de la presencia real de Jesucristo en cuerpo y alma en el Santísimo Sacramento, etc. Pero, por ocultas que estén estas grandes verdades, la fe, no obstante, que es una convicción de lo que vemos, nos persuade más vivamente que si lo viéramos con nuestros propios ojos. Veamos cómo sucede esto. La fe exige de nosotros una humilde sumisión a la palabra de Dios, que la ha revelado, cuya revelación es infinitamente más segura y más verdadera que todo lo que se representa al entendimiento humano con la más cierta y más invencible evidencia. Los herejes, para seguir con libertad su propio parecer e interpretar a su modo las santas Escrituras, huyen de esta humilde sumisión. Y como abusan de ellas para su propia ruina, como dice San Pedro, ¿qué hace la fe? Nos enseña que no podemos recibir al sagrado depósito de la Escritura y de la tradición sino de la Iglesia, a quien Dios lo ha confiado: de la Iglesia, que es el único intérprete de su única inteligencia: de la Iglesia, que es la columna y fundamento de la verdad: de la Iglesia, a quien estamos obligados a escuchar, so pena de ser excomulgados y separados de Jesucristo, su cabeza y su esposo: de la Iglesia, en una palabra, cuyas decisiones son tan ciertas, que San Agustín no duda decir, que por más recomendable que le sea tal Evangelio, no asentiría a él, no interviniendo la autoridad de la Iglesia, a quien privativamente pertenece reconocer y juzgar de los Libros Sagrados.

Nuestra fe debe ser entera y universal. Divídanse cuanto se quiera, las materias de la fe; pero jamás se llegará a dividir la fe misma; porque su objeto formal, como dicen los teólogos, La primera verdad; esto es, Dios revelando a su Iglesia los dogmas que ella nos propone. Cualquiera que deja de creer alguno de ellos, cesa de asentir y someterse a esta primera verdad, y será reprobado de Dios, como si ninguno hubiera creído. Por esto San Atanasio, escribiendo contra los Arrianos, les echa en cara, que habían perdido absoluta y enteramente la fe, aunque sólo negasen la consustancialidad del Verbo. Y San Cipriano dice a los Novacianos, que aunque podían ser muertos por los tiranos, no podían ser coronados con los Mártires: porque los suplicios que ellos padecían negando como negaban un solo artículo de fe, jamás serían la recompensa de su fe, sí la pena de su perfidia. San Pablo para prevenir semejante infelicidad exhortaba constantemente a los de Corinto a que evitasen todo cisma y toda división, y que conservasen la unidad de la fe y de un mismo cuerpo.

La fe debe ser viva, activa, y que nos una, nos incorpore a Jesucristo. El creer no consiste en rezar simplemente el Credo, ni el ser fiel en decir solamente con la boca las palabras de la fe sin dar a conocer por las obras lo mismo que se cree: la fe que justifica, y sin la cual nadie puede salvarse, es una fe que obra por medio de la caridad, se explica en obras de caridad: esta es la fe de que vive el justo.

Oración

¡Oh Virgen singular! ¡Oh paraíso de Dios, de quien salen estas siete palabras, así como siete ríos, que riegan al vergel de la Iglesia, porque con ellas fructifique obras santas, imitadoras de tal maestra! Riega mi alma tierra seca, para que comience a dar flores de tus alabanzas y frutos agradables, delante de mi Redentor, Hijo tuyo. ¡Oh candelero con siete lámparas, que ardes delante del arca de Dios! Alumbra los ojos de mi alma con las siete evangélicas palabras salidas de lo interior de tus entrañas virginales y por tu boca y lengua purísima pronunciadas. Todos, hermanos míos, loemos a la Virgen sin cesar; todos a una la sirvamos y contemplemos sus dichos; miremos su vida purísima, para que loándola en esta Iglesia del suelo, subamos a loarla y alabarla en la del cielo, adonde goza de perpetua gloria con el Padre, el Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios. Amén (Bto. Alonso de Orozco).

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