Artículo del día Testigos de Cristo

TESTIGOS DE CRISTO: San Francisco Javier

Written by Jaime Solá Grané

Jesuita. Apóstol de las Indias y del Japón

Recordando la Universidad de París, entre soledad y ansias apostólicas, escribe: «Muchas veces me mueven pensamientos de ir  los estudios, a la Universidad… diciendo a los que tienen más letras que voluntad para disponerse a fructificar con ellas ¡Cuántas almas dejan de ir a la gloria y van al infierno por negligencia de ellos!»

Francisco nace en 1506 en el Castillo de Javier (Navarra). Crece en medio del fragor de las batallas. A los 19 años se traslada a la Universidad de París.

Es la época del protestantismo. Javier, metido en un ambiente peligroso para le fe y las buenas costumbres, tiene la suerte de hallar un amigo providencial: el beato Pedro Fabro, que estudia para sacerdote.

Entre los estudiantes hay un español que destaca por su pobreza: Ignacio de Loyola. Busca compañeros celosos y letrados, con quienes emprender la conquista espiritual del mundo. Pone enseguida los ojos en Fabro y Francisco, e intenta ganarlos. Aunque, al principio Francisco se burla de él, al fin Ignacio logra su propósito: hablando sobre las grandezas humanas que ambicionaba Francisco, le repite a menudo « ¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si llega a perder su alma?». La meditación de este pensamiento, el ejemplo de magnanimidad y mortificación de su santo amigo deciden su vocación. E115 de agosto de 1534 hace sus votos en Montmartre, como jesuita.

Sacerdote y misionero

En Venecia se señala Francisco por su penitencia. Cuida con amor a los enfermos más llagados de los hospitales, venciendo su repugnancia. Es ordenado sacerdote en 1537. Su primera Misa había sido precedida con una tanda de Ejercicios de cuarenta días.

Dos años después, el rey de Portugal pide al Sumo Pontífice algunos misioneros de la recién fundada Compañía de Jesús para llevar la luz del Evangelio a las Indias Orientales. Francisco Javier es uno de los designados.

Llega a Goa (India) en marzo de 1542. La ciudad estaba en un estado lamentable: muchos colonos vivían entregados a sus vicios, dando tan mal ejemplo que impedía la conversión de los infieles. Con gran celo y sin faltarle amarguras, empieza Francisco Javier su misión y logra innumerables conversiones y bautismos. En poco tiempo la ciudad había cambiado totalmente.

Si la vida activa de Francisco nos muestra al sacerdote insaciable de ganar almas para Dios, la correspondencia que mantuvo hasta el fin de su vida descubre en él al varón de ideas claras y enérgicas, al jefe que no teme la responsabilidad y que sabe mandar cuando es necesario; precisamente porque fue un sublime soñador que jamás vivió fuera de la realidad. Resulta asombroso las grandes distancias que recorrió, en diez años de misionero, con los pobres medios de transporte de entonces: La India, de punta a punta; la isla de Ceilán, la península de Malaca, luego en las islas de Oceanía y el Japón. Su brazo se cansa de tanto bautizar, su voz se apaga de tanto impartir catequesis en la lengua indígena… Su actividad es desbordante, pero mantiene el prodigio de estar de continuo en la más íntima unión con Dios con profunda oración.

En 1549 inicia la evangelización del Japón.

Sólo halla decepciones y amarguras. Se consuela con las escasas pero fervorosas conversiones en Yamaguchi, primicias de su apostolado. Él siembra, otros recogerán después la abundante cosecha. Y así es: gracias a él el cristianismo logra una rápida expansión. Esta primitiva Iglesia llegó pronto a contar con unos seiscientos mil católicos.

En noviembre de 1551 regresa a Goa para ir a evangelizar la China. Sale en 1552, pero se le niega el acceso. Francisco termina su viaje en una isla frente a las costas de China. Allí enferma, y muere el 3 de diciembre de 1552, a los cuarenta y seis años. Fue canonizado en 1622, y confirmado como patrono de las misiones por San Pío X en 1904.

Confió en el Señor, y no quedó defraudado.

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Jaime Solá Grané

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