Todo transcurre entre 1840 y 1889.
Séptimo de ocho hijos, ingresa como dos de sus hermanos en la Congregación de los Sagrados Corazones; le atraía de una manera especial «llevar el mensaje del Evangelio por todas partes>>. Y deseaba, efectivamente, ir a la parte más alejada del mundo.
Dios iba a cumplir sus deseos a través de una contingencia inesperada: su hermano Pánfilo, elegido para misionar en las islas Hawaii, enfermó de tifus; Damián se ofreció a su Superior para ir en lugar de su hermano. El viaje por barco duró 148 días. Recién llegado al archipiélago, fue ordenado sacerdote. En la primavera de 1873, los Padres de los Sagrados Corazones se plantearon la necesidad de la presencia de un sacerdote, por turno, en la isla de Molokai. Allí eran confinados a la fuerza aquellos pobres kanakas (así se llaman los nativos de estas islas) en los que se detectaba la enfermedad terrible de la lepra.
Damián se ofreció al Sr. Obispo para ser el primero del turno. Tenía 33 años.
Su ministerio se convirtió en un sacerdocio de la más horrible miseria física y espiritual: «He de trabajar como sacerdote, doctor y arquitecto>•, escribía.
Hay que mejorar el hospital, el almacén, el embarcadero. Hay que conducir el agua. A todo ello se dedica el Santo, sin mermar nada a lo esencial: visita a cada enfermo, da catequesis y prepara para el bautismo. Celebra varias misas los domingos y atiende innumerables confesiones. Distribuye los donativos sin distinciones y procura que todos puedan cubrir sus necesidades.
El cementerio y la iglesia se le quedan pequeños. Fabrica ataúdes y excava por sí mismo las sepulturas cuando no hay quien lo haga; pero su mejor tiempo es ocupado por medio centenar de niños huérfanos.
Más penoso que la lepra
La natural repulsa de la lepra en los principios, el poco entendimiento con la mayoría de los provisiona les compañeros que le van mandando, la poca cordialidad de las autoridades civiles, las difamaciones de cierta prensa, las exageradas distinciones de otra, la soledad a la que fue sometido durante largos periodos… son las cruces habituales para el Misionero de Molokai. Durarán 16 años. A finales de 1885 se confirma que está leproso. Un día en que va a lavarse los pies los mete en agua hirviendo y no nota sensación alguna. «Bendito sea Dios«, exclama con gozosa resignación.
Ahora ya puede decir con toda razón: «Nosotros los leprosos».
El 2 de abril, después de recibir la Extremaunción, exclama: «La obra de los leprosos está asegurada; por consiguiente, ya no soy necesario, y así, dentro de poco, me iré para allá arriba. ¡Qué bueno es morir hijo de los Sagrados Corazones!«
Este fue su secreto
«El Santísimo Sacramento es el estímulo que me empuja a renunciar a todas las ambiciones del mundo. Sin la presencia continua de nuestro divino Maestro en el altar de mis pobres capillas, jamás hubiera podido perseverar compartiendo mi destino con los leprosos de Molokai«.