Un santo catalán del siglo XIX. Fue obispo, misionero, fundador (Pionero de la Acción Católica e Institutos seculares), periodista, escritor, fundador de una editorial- Librería Religiosa-, confesor de la Reina y de Santa María Micaela…
Su gran obsesión
Desde los cinco años de edad hasta el fin de sus días le domina la idea de la eternidad. Así lo cuenta en su Autobiografía: «Las primeras ideas que tengo en la memoria son, que cuan do tenía unos cinco años, estando en la cama, en lugar de dormir, pensaba en la eternidad, pensaba en «Siempre, siempre, siempre»; yo me figuraba unas distancias enormes; a éstas añadía otras y otras, y al ver que no alcanzaba el fin, me estremecía y pensaba: los que tengan la desgracia de ir a la eternidad de penas, ¿jamás acabarán de penar?; ¿siempre tendrán que sufrir?- ¡Sí, siempre tendrán que penar…! Esto me daba mucha lástima…; esta misma idea es la que me hará trabajar mientras viva, en la conversión de los pecadores».
Y, realmente, su vida fue una dedicación total, con todas sus fuerzas, a la salvación de las almas.
Su vocación
Aunque se le presentaba un futuro prometedor en el sector textil, a los 23 años decide dedicarse completamente a la causa de Dios. En un principio piensa ser cartujo, luego jesuita, pero los designios de Dios son otros y acaba ordenándose sacerdote secular.
Emprende con toda la fuerza del Espíritu Santo la tarea de dar misiones populares, que prepara con intensa oración y fuertes mortificaciones; la gente acude en masa a sus predicaciones; se convierte y cambia de vida. Entusiasta
de los Ejercicios Espirituales, no escatima esfuerzos para que laicos, clérigos y religiosos los realicen. Adelantándose a los tiempos, es un auténtico movilizador de los laicos. creando, por ejemplo, las Hijas del Inmaculado Corazón de María, que aspiran a vivir el Evangelio sin salir del mundo. Funda la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María (Claretianos) para proseguir la obra de las misiones. Los miembros de su Congregación deben distinguirse por la oración, mortificación, mansedumbre, pobreza, obediencia, modestia… Llevan el nombre de María, porque, como luz suave que ilumina toda su obra está la devoción a la Madre de Dios. «Soy esclavo de Santa María, mi Se ñora, como los esclavos son totalmente de pendientes de sus señores».
Honras y calumnias: un poco es nada.
No fue un camino de rosas su santidad. Fue perseguido y calumniado. Doce veces intentaron asesinarle; el Señor le dio amor a las persecuciones y siempre perdonó a sus per seguidores. Destacó en la pobreza, especial mente en la comida y la bebida. Iba a pie a todos los sitios. Nunca llevaba dinero encima.
Como todos los santos, destacó también en la humildad. Intentó rehusar el cargo de Arzobispo de Santiago de Cuba, pero al final lo aceptó por obediencia. De vuelta a España fue nombrado confesor de la Reina lsabel ll. Más que un honor fue una auténtica mortificación.
Como Arzobispo de Cuba fue admirable. Al llegar a la isla su situación religiosa era deplorable: reinaba la inmoralidad, el concubinato, una total ignorancia religiosa. Parecía imposible restaurar tanta ruina. Se dio con celo a la reforma espiritual de su archidiócesis. Visitas pastorales, misiones como antes lo hiciera en Cataluña. Las sociedades secretas intentaron matarle, pero al fin de los seis años que duró su mandato, la isla había sido, en verdad, recristianizada. Hacia el final de su vida asistió al Concilio Vaticano 1, donde defendió el dogma de la infalibilidad del Papa. Amó la justicia, odió la iniquidad, por eso tuvo que refugiarse en Francia, donde murió el 24 de octubre de 1870.