Artículo del día Testigos de Cristo

TESTIGOS DE CRISTO: Jaime Balmes

Written by Jaime Solá Grané

«En Balmes encontramos: luz intelectual, rectitud moral, temple de carácter, vida espiritual, espíritu apologético, ideal patriótico, sentido social y político, y todo ello transfigurado por una perfecta vida sacerdotal» (P. Ignacio Casanovas S. l.).

Su vida se desarrolló en el marco del siglo XIX. Balmes nació en Vich en 181O, y fue contemporáneo de San Antonio Mª Claret. Aunque su familia era de condición social baja, estaba dotada de muy buenas cualidades espirituales e intelectuales. Balmes jamás se avergonzó de su origen. Escribió que: «La nobleza que no está sostenida por las cualidades personales del que la posee, es un nombre vano: los méritos de nuestros antepasados no son nuestros, y sólo se nos aplicarán si los imitamos».

Su madre era mujer de pueblo, sencilla, pero con plena conciencia de su gran oficio espiritual. Es de admirar en la austera educación que dio a su hijo Jaime una particular asistencia de Dios: jamás dudó que tenía entre sus manos un tesoro. Su austeridad maternal no ha de atribuirse a falta de sensibilidad -el niño no recordaba que su madre le hubiera besado una sola vez- sino a una exquisita delicadeza espiritual, a un dominio de sus propios sentimientos. La cualidad principal de la madre fue su piedad cristiana: enseñó a su hijo las cosas del cielo antes que las de la tierra. y quiso que amase a Dios más que a ella misma, no solo con consejos, sino con el ejemplo.

Estudió primero en el Seminario de Vich. No fue allá para instruirse, sino con una resolución de la que no se arrepintió jamás: ser sacerdote. Para estudiar leía un ratito, y luego meditaba lo leído: «el hombre debe leer poco, pero selecto, y pensar mucho. Si sólo supiésemos lo que está escrito en los libros, siempre se encontrarían las ciencias en el mismo estado, y lo que importa es saber más de lo que los otros han sabido». A los dieciséis años fue a la Universidad de Cervera, donde permaneció nueve años como alumno y como profesor. Su conducta espiritual iba a la par con sus estudios, recibía con fervor los sacramentos, dedicaba varios ratos al día a la meditación, y no olvidaba las devociones de su infancia. Sus contemporáneos no notaron en él ninguna falta, y mereció con ello la estima de sus superiores y compañeros.

Fue ordenado sacerdote en 1834, y en 1837 ganó una cátedra en Matemáticas en Vich, que regentó viviendo silenciosamente en su retiro hasta 1839.Teólogo experimentado, no modificó en mucho el método de estudio que comenzó desde niño.

En 1840 se reveló su gran genio con un hecho inesperado: la presentación de su Memoria sobre el celibato del clero, y Observaciones sociales, políticas y económicas sobre los bienes del clero. A partir de entonces se sucedieron ocho años de fecunda producción filosófica, social, política, apologética, con la creación de revistas como «La Civilización», «La Sociedad» y «El pensamiento de la nación». Influyó en la política de España y fue miembro de la Real Academia Española y de la Academia de Buenas Letras de Barcelona.

En 1848 las luchas e incomprensión de sus adversarios políticos e ideológicos, junto con el cansancio de su enorme actividad, acabaron prematuramente con su vida, a los treinta y siete años.

Para Balmes el sacerdocio era lo medular, y lo vivió bajo la clásica descripción ambrosiana: «modesta gravedad, vida apartada del bullicio mundanal, abnegada dedicación al bien de las almas». En 1943, Pío XII propuso a los nuevos sacerdotes, como ejemplo a seguir, a dos de la diócesis de Vich: Claret y Balmes, los cuales no deben considerarse como dos mitades de ideal sacerdotal sino que ambos, cada uno a su modo realizaron modélicamente la plenitud vocacional. En Balmes se cumplió el ser luz del mundo y sal de la tierra, porque saber y moralidad fueron los dos ángulos complementarios que sumaban la rectitud de su personalidad sacerdotal, colmada de ímpetus apostólicos.

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Jaime Solá Grané

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