“Si esta noche te murieras, ¿qué cuenta le darías?”, nos preguntábamos de pequeños antes de irnos a dormir. Ojalá errara, pero temo que hoy día, si esta pregunta nos la hiciéramos todos antes de acostarnos, la respuesta sería: “Iría al Infierno por toda la eternidad”.
“Pero, ¿por qué insiste en tanto Infierno, Infierno…? La gente se lo toma a pitorreo.”
Sí, ya sé que esta reflexión no va a hacer mella a los que tienen tan oscurecida la conciencia que se burlan de la existencia del Infierno. Recuerdo incluso a un “sabio “sacerdote que afirmaba riendo que “al infierno solo van los que creen en él”. Hace años que ha muerto y no creo que ahora opine lo mismo… Pero ni la burla ni el cinismo me priva de decir y proclamar la Verdad. Y la inmensa mayoría de los que mueren al día han vivido encaminados hacia esa eternidad de dolor. Todas las razones para el optimismo que esgrimen los teólogos para aminorar la cantidad de condenados, todas las razones y argumentos caen ante la realidad de que el hombre de hoy no QUIERE CREER. Y Dios, que permitió el pecado de Lucifer y después el de Adán, también permite al hombre que sea libre, enteramente libre, para condenarse. Piensen los que hoy tanto ensalzan la libertad, que nadie la ha enaltecido tanto como Dios, hasta permitir que el hombre, ese ser tan querido hecho a su imagen, se condene y sufra eternamente, enquistado en el odio por así haberlo libremente querido.
¿Hablamos claramente o tenemos miedo de decir, por ejemplo, que el Emérito va camino del infierno, lo mismo que los ilustrísimos Rodríguez, Sánchez, Grande, Iglesias, Biden, Mas, Pujol etc….? ¿Tenemos miedo de decir que ya están muchos de los ilustres gobernantes muertos, si no se arrepintieron de sus pecados, pidieron perdón a Dios y se propusieron cambiar de vida si no morían? Si no somos capaces de reconocer públicamente que sin la misericordia divina –y con su gracia, nuestra correspondencia- también nosotros estaríamos en el Infierno hace una multitud de años, de haber muerto entonces, ¿de qué sirve decir que tenemos fe? Quitémonos la venda de los ojos; quitemos el cerrojo de los labios y proclamemos que, de los cien mil muertos de hoy, apenas si se han salvado una docena de personas. Pero ha sido porque todos rehusaron CONVERTIRSE. No han querido ser salvados por Dios. Es un problema de la libertad.
Jaime Solá Grané