El que está harto y nunca ha pasado hambre, no piensa que en la Tierra hay más ochocientos millones de personas que mueren de hambre. El que siempre ha estado sano apenas se imagina el dolor de millones de enfermos. Y el que, desde niño, sus padres le han imbuido que lo importante es “vivir bien”, ya que después de la muerte no hay nada, el pensamiento de la muerte apenas le conmoverá, como la hambruna o la enfermedad no conmueve al que desde niño lo ha tenido todo.
Se comprende hoy más que nunca que una persona que se identifica con la Naturaleza, -la Madre Tierra, como dice- con los animales y los vegetales, esa persona que hace de la Ecología su religión, esté persuadida de que su “alma” es un espíritu semejante al que anima el perro u otro animal cualquiera que, al morir, se extingue. La lógica consecuencia es que “ama” la vida en tanto cuanto gusta y disfruta. Esa persona es firme partidaria de la eutanasia porque es creyente apasionado de que, tras la muerte, viene el ANIQUILAMIENTO TOTAL de la persona: la carne se convierte en ceniza y el alma devuelta a la NADA que “era” antes de su concepción y nacimiento.
Este ha sido el gran triunfo del Demonio en estos últimos tiempos: destruir la familia para alejar, desde niños, el pensamiento de Dios. Paganizar y evitar todo sufrimiento a los niños, para que no sientan necesidad de creer en Dios. Una persona educada en este sentimiento de gozar para morir, es muy difícil que pueda ser convertida. Como dijo Goethe “el tema más profundo de la Historia Universal es la lucha de la Fe con el ateísmo”. ¿Cómo convencer a un ateo de que su alma no se extinguirá al morir, que es un espíritu inmortal? Al que no cree en la hambruna cabe la posibilidad de que quiebre y acabe pasando hambre; el que ignora el dolor físico cabe un accidente o una epidemia que le devuelva a la realidad, pero ¿Cuál es el hecho que puede sacudir a un ateo para que cambie de mentalidad y crea que su existencia no TERMINA con la muerte? Muchos dicen que el ateísmo es sólo práctico, que una persona solo lo usa como autoengaño para dormir bien…pero me niego a aceptar esta falta de honestidad a muchos que se declaran ateos. Por la razón expuesta al principio: a raíz de que el cristianismo ha ido desapareciendo de la sociedad, los niños han mamado la idea de que todo comienza y acaba con esta vida. Crecidos en esta idea, ¿podemos negarles honestidad en mantenerla? Incluso se podría concebir que una persona, sin ser atea, creyera en el Creador del universo, en Dios, sin que de ello se siguiera necesariamente que el alma del hombre, creada por Dios, no fuera a extinguirse, a la muerte, como la de otro ser animal. O sea, el Creador habría podido dar al hombre un alma finita como la que ha dado a los otros animales. El hecho de ejecutar actos buenos o malos, en sí mismos, no es necesario aplicarlo sólo al alma racional del hombre, pues vemos que actos objetivos de “mal” son ejecutados igualmente por animales, como la víbora, el escorpión, el león, el águila etc…
Hay muchas razones para comprender la honestidad del ateísmo e incluso de los que, creyendo en Dios, opinan que todo termina con la muerte. De ahí, la gran dificultad de la conversión. En el año 1998 publiqué el libro JESÚS DE NAZARET que iba dedicado a los “que buscáis el Bien y la Verdad que se hallan en la vida y doctrina de Jesús de Nazaret”. Sólo se le puede exigir al ateo, al agnóstico, al que cree que todo acaba aquí, no que renuncie a su honestidad, sino que la lleve a su última consecuencia: que no se conforme con la vida diaria de política y economía., de deportes y placeres…que busque la Verdad. Que lea la vida y medite la doctrina de Jesús de Nazaret, y espero que hallará la Verdad y el Bien. Y si honestamente, después de hecho esto, persiste en sus ideas, yo seré el primero en respetarlas, aunque las lamente.
Jaime Solá Grané