Encomienden todos a la tutela de la bienaventurada Virgen y a su patrocinio y potencia suplicante, en primer lugar que cada uno ajuste cada día más sus costumbres a los preceptos cristianos con el auxilio de la gracia divina, ya que la fe sin las obras es cosa muerta, y ya que nadie puede hacer nada como conviene por el bien común, si antes él mismo no es un ejemplo de virtud para los demás. (Ep. “Fulgens corona” 8-09-53)
Cualquiera que sea el género de vida que Dios os reserve, comportaos desde ahora, con la ayuda de la Santísima Virgen, según la nobleza adquirida por el bautismo. Porque María, nuestra Madre, nos dará a conocer y amar las obligaciones impuestas por la filiación divina dada al hombre por la cualidad de hijo de Dios
El Fiat de la Encarnación, su colaboración en la obra de su Hijo, la intensidad de los sufrimientos, que aumentaron durante la Pasión, y esa muerte del alma que Ella experimentó en el Calvario, habían abierto el corazón de María al amor universal de la humanidad, y la decisión de su divino Hijo imprimió el sello de todo el poder de la maternidad de gracia. Desde entonces, el inmenso poder de intercesión que le confiere, después de Jesús, el título de Madre, la consagra toda entera a salvar a aquellos que Jesús ha designado desde lo alto del cielo diciéndole todavía: “Mujer, he aquí a tus Hijas”. Pedid, queridas Hijas, a la Virgen Inmaculada que os obtenga un espíritu filial hacia Dios. Que os enseñe a orar como Ella hizo en su Magnificat, con la mirada vuelta hacia el Todopoderoso, con gozo y reconocimiento; que Ella os enseñe la docilidad, como hizo en Caná cuando sugirió a los criados que hicieran cuanto les indicara su divino Hijo; que Ella os obtenga, por último, una inmensa caridad fraternal y apostólica, como hizo por su plegaria en medio de los primeros cristianos reunidos en el cenáculo. (Aloc. “Dans l´Encyclique” 17-07-54)
Con el Salvador permaneció oculta en Nazaret, unida a Él en la dulzura y la humildad, en el cumplimiento del deber de cada día y de los trabajos domésticos, en la paciencia y en la oración. No se sabía de Ella ningún milagro, ninguna acción extraordinaria, pero amó a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu y con toda su fuerza. (RM “Au moment” 26-07-54)
Pío XII