La impresionante historia de esta mujer será siempre un testimonio más, auténtico y clamoroso, de la presencia de Jesús en la historia del mundo. Su biografía fue escrita por su propio confesor, Fray Juncta Bevagnate: ella es una nueva María Magdalena que destaca la necesidad de la expiación.
El drama empezó así: ella era ignorante, pobretona. Él un noble: se enamoraron. La insta a que se vaya con él. Margarita no quería pecar, pero agobiada por el mal trato que le daba su madrastra, y presa de pasión por el joven, acaba huyendo de su casa. Tenía diecisiete años.
«Acuérdate del paso que diste esa noche, cuando ibas, con esa vida, a renovar mi suplicio», le dirá un día nuestro Señor. Ella vivió una vida de. lujo, amancebada en el palacio de su amante durante nueve años. Tuvo un hijo. Iba dejando tras sí una estela de escándalo popular. No era feliz, su conciencia recta le reprochaba su ruina moral. Su amante no legalizó su concubinato. «En Montepulciano perdía el honor, la dignidad y la alegría. Lo perdí todo, menos la fe«, confesará después. Quizá hubiera persistido en su mala vida si Dios no hubiera roto con un suceso terrible la cadena que la unía a su cómplice. Un día, al ver que su amante no regresa al palacio, sale al campo acompañada de una perrita que había vuelto a la casa sin su amo. Encuentra medio podrido el cadáver de su amante. Como un rayo de luz, se llenó de arrepentimiento y de deseos de reparar su vida escandalosa con verdadera penitencia.
Perdonada, pero no expiada
La desgracia es el toque del que se sirve Dios para devolver al buen camino a las ovejas descarriadas. Margarita abandona el palacio… En su casa paterna la madrastra no la quiere recibir, pero Dios ya la espera. Va a Cortona y se dirige a los franciscanos, recién fundados, quienes le ofrecen asilo. Uno de ellos será su confesor y biógrafo. Perdonada tras una confesión general, se llena de sentimientos de paz, y a la vez de aborrecimiento a su cuerpo, causa de sus iniquidades. Para huir de nuevas ocasiones de pecado afea su hermoso rostro.
Un corazón noble quiere siempre reparar el mal que hizo. Si su vida de pobreza, dura penitencia y oración continua es aleccionadora (cambió su hermoso vestido por uno negro y pobre, desarrolló una impresionante penitencia, sobre todo en el ayuno) lo es aún más su vida de caridad hacia los pobres y enfermos, su serenidad de espíritu y su gran confianza en el perdón divino.
Oraba así ante un crucifijo «Dios mío, vos que tanto habéis sufrido por mí, ¿me perdonaréis?» Oye que Jesús le contesta:
«¿Qué quieres de mí, pobre pecadora mía?» Este «pobre pecadora mía» le desazona durante bastante tiempo. Se pregunta ¿me habrá perdonado de verdad el Señor? Escucha de nuevo: «Te absuelvo de tus pecados cometidos hasta hoy. Estás perdonada, pero no expiada». Es lo que pide la justicia divina.
La humildad será el sello de su virtud. Ella es la pecadora humilde que no levanta los ojos del suelo, la mendiga burlada por las calles de Cortona. Ora por su ciudad, ama a los pecadores, que crucifican a su Maestro. «Clama» le dice Jesús, «Clama lo que yo sufrí en cada uno de mis tormentos…»
Comienza confesándose semanalmente y acaba haciéndolo cada día, ella que se sabía confirmada en gracia por Jesús. También comulgaba diariamente, lo que era asombroso en ese siglo. Era muy devota de la Pasión de nuestro Señor, porque por ella había sufrido Él. Supo que su penitencia, como Santa María Magdalena, le daba un mérito semejante al de la virginidad.
Murió el 22 de febrero de 1297, hace 700 años.
La lección de su vida está resumida en estas palabras de Jesús: «Quiero que el ejemplo de tu conversión predique la confianza a los que desesperan. ¡Quiero que sepan que siempre estoy dispuesto a abrir mis brazos a cualquier hijo pródigo!».