Artículo del día Testigos de Cristo

TESTIGOS DE CRISTO San Pedro Claver El Apóstol de los negros.

Los amaba como a hijos. Lo sabían los miles de negros de Cartagena (Colombia). Pedro Claver, aquel jesuita de rostro enjuto, tenía todo el corazón dado a los negros. Los domingos y festivos los buscaba para hacerles oír Misa, predicarles e instruirlos. Consumía horas en el confesonario perdonando sus pecados. Ellos eran sus señores y tenían derecho a ser los primeros.

León XIII, al canonizarle, dijo: «Ninguna vida después de la de Cristo me ha conmovido tan profundamente como la suya».

Hijo de labradores, nace Pedro el año 1580 en un pueblo de Lérida. Mostró siempre gran piedad, y sus estudios no la disminuyen. Evita los malos ejemplos, busca un buen director de conciencia, y en sus ratos libres prefiere expansionar su alma con Dios a perder el tiempo en la disipación y los placeres. Al fin, decide entregarse a Dios. A los 20 años entra en el noviciado de la Compañía de Jesús en Tarragona.

Regla de su conducta son estas cuatro máximas:

1 – «Buscar a Dios en todo, y en todo procurar hallarle».

2- Hacer todo para mayor gloria de Dios.

3- Ejercitarme en alcanzar la perfecta obediencia de juicio y voluntad al superior como a Jesús, cuyo lugar ocupa.

4- No buscar en este mundo sino lo que Cristo buscó en él, a saber la salvación de las almas y soportar por ellas con buen ánimo y amor los padecimientos e incluso la muerte”.

«Esclavo de los esclavos»

Acabados sus estudios, a los 36 años es ordenado sacerdote y destinado a las Indias. No permanece ocioso durante el viaje: cuida a los enfermos, enseña a los marineros la doctrina, reza con ellos el santo Rosario… hasta que aparece a sus ojos Cartagena de Indias, en Colombia; Pedro besa la tierra en que va a vivir y morir por los pobres. A sus votos religiosos añade el de servir a los esclavos hasta la muerte.

Estaba por aquel entonces muy en auge el abominable comercio de negros africanos. Cada año millares de esclavos negros eran amontonados en navíos: en medio de basura, llagados, y sin apenas comida ni reposo, llegaban a tierra en estado miserable. Después se les encerraba en un almacén, y eran tratados como bestias.

Cuando entraba en el puerto algún buque cargado de ellos, acudía el santo para prestar a aquellos desgraciados toda clase de ayudas. Les atiende uno por uno con paciencia y ternura paternal, les bautiza, asiste a los moribundos. A los ancianos dice: «La casa es vieja y amenaza ruina, no os sorprenda la muerte, confesaos mientras tenéis tiempo”; a los pecadores:

«Dios cuenta tus pecados, hijo mío; el primero que cometas será quizá el último». Convierte a muchos.

Así lo describe la Flos Sanctórum: «Pedía limosna para ellos, les buscaba regalos, les daba de comer por su mano, les limpiaba las llagas pútridas y se las besaba. El manteo con que muchas veces cubría a los negros se conservaba limpio. Curó a muchos enfermos, dio la vista a los ciegos y resucitó a tres muertos. Convirtió al pastor de los herejes anglicanos y con él a los restantes herejes… »· Su preparación para el apostolado era: rigurosa penitencia y larga y ferviente oración ante el Santísimo. Salía luego con un crucifijo, con varias imágenes… Miles de rosarios, fabricados por él, fueron repartidos en honor de la Virgen.

En 1654 le sobreviene una fuerte calentura. La noticia empieza a correr por la ciudad: «El santo se muere». El 8 de Septiembre su alma comparece ante el Trono de justicia de Dios. Para Pedro Claver, trono de verdadero amor.

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