Artículo del día Testigos de Cristo

TESTIGOS DE CRISTO Rafael Merry del Val

Dios dio a San Pío X un Secretario de Estado digno de la categoría y de la santidad de su Pontificado: el Cardenal Rafael Merry del Val. Nació en 1865 en Londres, hijo segundo del marqués Rafael Merry del Val, distinguido diplomático español.

Fue primero educado en Inglaterra, luego con los Padres Jesuitas en Namur y Bruselas, se distinguió por su piedad, agudo ingenio y exacto cumplimiento de sus deberes. Pronto se vislumbra en su vida su vocación sacerdotal. Preguntado cómo era posible que quisiera ser sacerdote, él respondió: «¡Por Dios se puede y se debe sacrificarlo todo!». A los dieciocho entró en el Seminario de Urshaw.

En 1885 el joven clérigo fue a Roma. Se impuso un método de vida austero, dividiendo su jornada entre el estudio y la oración, en la humilde ansiedad de subir cuanto antes al altar. Se empezaba a apreciar la gran mortificación que duraría toda su vida. Aún no era sacerdote y el Papa le hizo varios nombramientos, aprovechando sus grandes dotes diplomáticas y sólida cultura. Los honoríficos cargos no le distraían de su recogimiento y piedad, pues en su horizonte no veía sino una meta: Dios; y su corazón no sentía más que una pasión profunda e irresistible: la salvación de las almas, y un lema «Da mihi animas, coetera tolle». Fue ordenado sacerdote a finales de 1888.

En Roma ejerce apostolado a la vez que termina sus estudios. Sueña con dedicarse a la conversión de los hermanos separados de su Inglaterra, pero León XIII decide nombrarle su Camarero Secreto.

En 1899 es nombrado Arzobispo de Nicea y Presidente de la Academia de Eclesiásticos Nobles. Allí se dedica con empeño a educar el espíritu de sus jóvenes para que alcancen la santidad sacerdotal y un día puedan servir con fidelidad y amor a la Iglesia, y les inculca el amor a la Virgen y al Rosario. No deja la vida común ni sale de la Academia si no es obligado por exigencias de su ministerio. No se le ve en las recepciones de la alta sociedad a menos que allí hubiese que hacer el bien.

En esas circunstancias estaba cuando en 1903 murió León

XIII.

Secretario de Estado de un Papa santo

En el cónclave resultó elegido el Cardenal Patriarca de Venecia, Giuseppe Sarto. Él, hijo de familia pobre, protestó de no tener méritos ni dotes, y que nunca se sentiría inclinado a aceptar el Supremo Pontificado. Merry del Val, Secretario del Cónclave, fue el encargado de persuadirle a cumplir ese sacrificio que le manifestaba la voluntad de Dios a través de los votos de los Cardenales. Se le acercó mientras oraba, y le expuso con delicadeza la decisión de los Cardenales a la vez que lo alentaba. El humilde Patriarca de Venecia aceptó y tomó el nombre de Pío X.

El nuevo Papa le rogó primero «por caridad» que no le abandonase, y después le nombró Cardenaly su Secretario de Estado. «Tenemos un Papa santo. Parece prudente y sagaz; es de dulce carácter y tiene un trato que encanta» decía el joven Cardenal de treinta y ocho años, que había comprendido perfectamente el espíritu de S. Pío X. Él no vaciló a la vista de la cruz que iba a llevar junto a su amado Papa durante once años (1903-1914), sufriendo, orando y combatiendo. Ya no se perteneció a sí mismo sino a la Iglesia, e identificó su nombre y su obra con el nombre y la obra de Pío X, el

«Pontificado de lo Sobrenatural». Fueron once años llenos de graves problemas político-sociales llegados de lejos y de cerca: México, Rusia, Portugal, Alemania, Ecuador, el inicio de la Gran Guerra Europea… El Cardenal mostraba energía en la acción, claridad de juicio, comprensión de sus altos deberes, y sobre todo una sincera e incondicional devoción a la Iglesia y al Vicario de Cristo.

Muerto el Papa santo (1914) se retira a la sombra para dedicarse más a Dios, se aleja del mundo de los grandes, pero no de los pobres, a quienes tanto amaba y favorecía. Volvía a ser el incomparable director de las almas por las vías hacia la santidad, el místico y asceta que escribe: «Hallar a Dios en la prosa santificante del deber cotidiano: Silencio y recogimiento, Oración y actividad, Sacrificio y amor«.

A los sesenta y cuatro años, en su jubileo cardenalicio, muere lleno de paz. Su única pena en ese momento fue el no haber servido mejor a Dios.

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Noticias Cristianas

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