Artículo del día Testigos de Cristo

TESTIGOS DE CRISTO: Edel Quinn. IRRADIAR A MARÍA

Aunque su enfermedad era grave, y pronto se manifestó incurable, nunca estaba deprimida. Con valiente sonrisa aceptó la voluntad de Dios y se dispuso a seguir su camino…. y renunciar al convento ¡su sueño!

-«¿Te vas sola a África Central para establecer allí la Legión de María? ¡No podrás soportarlo!»

-«Voy con los ojos abiertos, y no de excursión».

Sabía que su tiempo en este mundo no iba a ser largo y actuaba lo más deprisa posible.

Sólo lo mejor le satisfacía. Ebria de plenitud y alegría, desde niña le gustaba nadar, jugar al tenis, tocar el piano, aplicarse a realizar con perfección su deber… En su adolescencia, todos los días, sin que importara el tiempo, iba a nadar antes de asistir a la primera Misa.

A los diecinueve años, obligada por las circunstancias económicas familiares, consiguió su primer empleo.

Se asentó y trabajó mucho. Vestía con gusto y no necesitaba cosméticos como lápiz de labios o polvos. Su belleza natural quedaba realzada por su bondad y simpatía.

El amor a nuestra Señora irradiaba de todo su ser, en una sonrisa cálida, acogedora y dulce.

Todos los días rezaba el rosario completo de quince decenas y el pequeño oficio de la Virgen. La Misa era su gran alegría: «Asistiría a Misa todo el día», escribía a una amiga.

Su vida rebosaba felicidad, pero rogaba que le llegara el momento en que pudiera entrar en el convento de las clarisas de Belfast. Pasaba noches visitando a la gente más abatida y desgraciada: veía a Cristo en cada persona y por él trabajaba con María, su madre. «Debemos depender de María en todo momento, y no alejarnos de nuestra Madre.»

Repentinamente, en 1932 cambió su vida: enfermó gravemente de tuberculosis y en febrero fue internada en un sanatorio.

Allí seguía practicando pequeños y grandes sacrificios, dejaba el postre, no tomaba nada entre horas… No aceptaba una manta extra a pesar del frío intenso. Le gustaba visitar y animar a otros pacientes.

Pero fue en África donde su valentía y fuerza de voluntad le hicieron correr muchos peligros, siempre con una inmensa confianza puesta en María. Fundó cientos de «praesidia» (centros de apostolado mariano) en aquel continente. Con una salud fragilísima, agotándose en el trabajo sin perder un minuto, a los treinta y siete años (12 de mayo de 1944) moría en Nairobi este apóstol de María, que con su entrega incondicional supo ser Testigo del Evangelio en el mundo. Edel Quinn perdura con veneración en el alma africana.

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