Sentir vergüenza propia de llamarse uno cristiano al contemplar los martirios de nuestros gloriosos antepasados mientras nosotros no soportamos la más leve molestia o injuria.
Mártires:
- unos molidos por los dientes de las fieras;
- otros quemados vivos, entre alaridos de dolor, iluminaban de noche cual antorchas humanas o como candelabros vivos en los jardines de Nerón en sus imperiales orgías;
- los que sentían el plomo derretido sobre sus carnes;
- incluso hubo quienes sufrían el tormento de la fosa, metidos cabeza abajo en un pozo para que la sangre saliera poco a poco por los ojos, la boca, las orejas, teniendo el mártir una campanita al alcance de la mano: bastaba tocarla como señal de apostasía y terminar la tortura…
Podríamos continuar, pero lo importante es: ¿qué queda de este amor doloroso en el cristiano de hoy?
Jaime Solá Grané