Esta frase pronunciada por Jesús en la Cruz es verdad aterradora para el hombre rebelde a la gracia durante su vida e impenitente en la hora de la muerte. “Todo se ha consumado” para él. Riquezas, placeres, honores, todo ha pasado; proyectos, negocios, diversiones, todo ha concluido; cuerpo, alma, espíritu, parientes, amigos, todo se ha perdido. Ya no le quedan sino sus crímenes y los cuantiosos tormentos con que lo ha de castigar la Divina Justicia. Muere y entra en una región desconocida donde sólo ha de encontrar un juicio terrible, un infierno eterno. Muerte espantosa.
Pero para el cristiano fiel, que muere como Jesús, entre dolores, y que ha llegado al fin de su carrera en este mundo, puede decir: “He luchado en la medida de mis fuerzas, y llegado al fin de mi carrera; he guardado mi fe, he sido fiel a la Iglesia, la he servido y he muerto en su seno… He sufrido y llevado mi cruz en pos de Cristo. ¿Qué puedo desear sino que venga la muerte y termine mi cautiverio? Es verdad que he caído en muchas faltas pero las he lavado en la sangre del Cordero, y mis múltiples obras de misericordia han de alcanzarme misericordia. Si alguna deuda tengo que pagar, mi Salvador pagará por mí; sus méritos me pertenecen desde que yo he unido m i sacrificio al suyo”.
P. Chaignon