Cuando se proponía algún asunto a san Luís Gonzaga, al momento respondía: ¿Qué relación tiene que ver eso con la eternidad?. Si una cosa puede servirme para ganar el cielo, por pesada, molesta y difícil que sea, no importa; la acepto de todo corazón. Si, al contrario, es cómoda, agradable, si lisonjea mis inclinaciones, pero puede perjudicarme, la detesto y huyo de ella. Si me propusiesen ocupar por cien años un trono pero con riesgo de la eternidad, desecharía el trono con horror. Si debiese permanecer cien años en un calabozo, y con ello quedase asegurada mi eternidad, correría de buen grado a encerrarme en él.
Así es como se piensa, como se habla, como se obra cuando se tiene juicio y fe, cuando se está bien penetrado de la grandeza de las cosas eternas y de la nada de las cosas del mundo; y con todo, este nada es lo que ocupa, lo que infatúa, lo que encanta a casi todos los hombres; es por este nada que todo se aventura, y que uno arriesga la eternidad.