La Resurrección es el triunfo apoteósico del Bien, pero la Pasión y Muerte de Jesús fue la culminación de la iniquidad del hombre. ¿Dónde estaban los innumerables curados por Jesús? ¿Dónde los que habían recibido sus Milagros y su Doctrina? ¿Dónde sus apóstoles y seguidores? La Virgen, un apóstol y tres o cuatro mujeres piadosas; nada más. El triunfo de la ingratitud y del odio.
Después de la Resurrección, el mundo no ha cambiado: la maldad sigue tiranizando a los hombres que se despiertan, sueñan y viven pensando qué daño harán cada día. En mis diarios viajes, veo en la carretera a rameras que, llueva, haga frío o calor están esperando, con un sacrificio digno de mejor causa. Ofrecen sus desgraciados cuerpos a la maldad, sí, pero con un daño espiritual relativo: sólo aquí y ahora, al que quiera. ¡Qué diferente de los jueces, fiscales, políticos y la inmensa mayoría de abogados y funcionarios inicuos que hacen el daño a todos, del mal que se traspasará a generaciones!
No me cabe duda que la humillada y despreciada ramera tendrá un juicio mucho más suave que el de estos jueces, fiscales, políticos, empresarios y abogados que viven y mueren para el mal. Son como los escritores soeces, incrédulos o lujuriosos que con sus novelas y doctrinas hacen daño siglos después de sus muertes…
Jaime Sola Grané