En las grandes luchas espirituales de estos tiempos, en que los fieles a Cristo y sus repudiadores se encuentran mezclados en el montón, la devoción a la Madre de Jesús es la piedra de toque infalible para discernir a los unos de los otros. Católicos franceses, vuestra historia cuya trama entera está tejida de gracias y favores de María, os impone el deber especialísimo de velar por la integridad y pureza de vuestra herencia mariana… Virgen santa, ¡fortificadnos en el combate contra nuestros enemigos! (Aloc. “La Pentecôte” 29-05-1950)
Hoy son muchos los que se esfuerzan por arrancar de raíz la fe cristiana de las almas, sea con astutas y veladas insidias, sea también con tan abierta y obstinada petulancia, cual si hubieran de considerarse como una gloria de esta edad de progreso y de esplendor. Pero resulta evidente que, abandonada la santa religión, rechazada la voluntad de Dios, que determina el bien y el mal, ya casi nada valen las leyes, nada vale la autoridad pública; además, suprimidas con estas falaces doctrinas la esperanza y anhelo de los bienes inmortales, es natural que los hombres espontáneamente apetezcan con avidez las cosas ajenas y, a veces, también se apoderen por la fuerza de ellas siempre que se les presente ocasión o posibilidad de ello. Así nacen entre los ciudadanos los odios, las envidias, las discordias y las rivalidades; así se originan los desórdenes de la vida privada y pública; así, poco a poco, se van socavando los cimientos mismos del Estado, que mal podrían ser sostenidos y reforzados por la autoridad de las leyes civiles y de los gobernantes… Es evidente que sólo la ley cristiana que la Virgen María, Madre de Dios, nos anima a seguir pronta y diligentemente, puede lograr cambiar todas estas cosas, con tal de que sea puesta en práctica. (Ep. “Fulgens corona” 8-09-53)
P.P. Pío XII