Ss. Epigmenio, Pigmenio, pbs; Severo, Agapito, Flavio, Latino, obs; Marcos, Timoteo, Simón niño, Timolao, Páusides, Dionisio, Rómulo, Segundo, Guillermo de Norwich, mrs; Seleucio, cf; Hildelita, v. y aba; B. Diego José de Cádiz, cf .
Introito
Ninguna otra criatura podía como María servimos de modelo al par de Jesús, y aún debemos añadir que, por el hecho mismo de ser María una mera criatura humana, su ejemplo se ponía, por decirlo así, más a nuestro alcance. Con lo cual se nos hace lícito suponer que otro de los motivos de Dios para permitir los padecimientos de María, fue el ofrecemos en Ella modelo más acabado de paciencia. Toda existencia humana está sujeta, más o menos, al padecer; y no obstante ser éste tan principal camino para nuestra unión con Dios, es por otra parte cierto que ningún otro altera y perturba tanto nuestras relaciones con Él, pues ningún otro es tan ocasionado a quebrantar nuestra confianza en la bondad divina, y sin confianza no es posible verdadera adoración. El dolor, en efecto, es ocasión de tentaciones contra la fe, y predispone el ánimo a recibirlas con hospitalidad, suscitando en él un como rencor o hastío para con Dios; sacrílegos hervores que se encienden en los abismos de nuestra propia naturaleza, en los propios abismos donde, sin embargo, se engendran también la adoración y el amor, a quien aquellas otras pasiones contrastan secretamente, logrando ¡ay! no pocas veces ocupar su lugar.
Afrontar los pesares es quizás la tarea más augusta y más ardua que tenemos a nuestro cargo, y, ciertamente, no sin designio de Dios suele suceder que la suma de nuestras penas se aumente a medida del grado de santidad que nos habilita para sobrellevarlas. Ello no hay más remedio que aguantar el dolor con nuestras fuerzas naturales, hasta cuando para ello contarnos con el auxilio sobrenatural. No es, por cierto, condición de santo el tener alma insensible o dura para sentir, ni aún cuando este género de estoicismo nazca de grande interés por cosas de religión, ni aun cuando este interés absorba enteramente el ánimo. Cierto, el hombre espiritual será menos inaccesible a varios pesares, y no digo yo que esta insensibilidad deje de ser, en muchos conceptos, un privilegio; pero no hay que confundirla con la paciencia heroia en el sufrir, pues aquí el heroísmo supone que el padecer llega a lo vivo del corazón, y que hiere tanto más profunda y crudamente cuanto es más puro el amor a Dios. Pues bien, en todo esto María es modelo para nosotros, modelo puramente humano, modelo también que de hecho ha producido en la Iglesia tales frutos de eminente santidad y de gracias sobrenaturales, que bien podernos sin temor considerarle corno uno de los motivos porque Dios permitió el singular martirio de la Santísima Virgen (P. F.C. Faber ).
Meditación NO ME ABANDONAN
Por aquellos días, habiéndose otra vez juntado un gran concurso de gentes alrededor de Jesús, y no teniendo qué comer, convocados sus discípulos les dijo: Me da compasión esta multitud porque hace ya tres días que NO ME ABANDONAN y no tienen con que comer (Me 8, 1-2).
Habían perseverado durante tres días y esta fidelidad te llenaba de emoción. Durante tres días estuvieron adheridos a ti, y tú respondiste a su fe con un milagro. Ya habías alimentado en el desierto a aquella muchedumbre. Dios mío, me siento satisfecho pensando que entre aquella multitud galilea se debían encontrar bastantes medianías de mi especie, algunas por lo menos. Es muy poco verosímil que todas aquellas gentes fuesen héroes, que todas aquellas almas se hubiesen mostrado siempre perfectas. En el montón habrían hallado seguramente una media docena de mi catadura y de mi tipo, el tipo de una virtud apagada, y el color de un deseo un tanto marchito. Esto me anima. Por formar parte de la multitud, también ellos fueron instruidos, alimentados, salvados y perdonados. Entre esa masa compacta de creyentes es donde siempre me gusta acogerme, como un herido que se retira de las primeras líneas de combate para refugiarse en las formaciones de retaguardia. Mi única esperanza consiste en ser también salvado con el montón; llevado a derecha e izquierda, levantado y arrastrado por los méritos vigorosos de todos mis vecinos, como cuando uno se siente levantado, casi a pesar suyo, en las grandes aglomeraciones.
Tres días ¡no está mal! Tres días expuestos a pasar hambre, y luego la fatiga de tener que volver a su casa. Pero tú sabes, Señor, que mi vida hace mucho más tiempo que está unida a la tuya, que hace mucho más tiempo que mi felicidad te acompaña, y que para permanecer cerca de ti he conocido el hambre, sí, el hambre del alma, y también la del cuerpo, y el cansancio físico y la fatiga de los nervios y de la voluntad. Conmigo has sido más exigente, y sin embargo, yo no era ni más fuerte ni más resistente que tus Galileos. No me he separado de ti durante muchos años. He conocido tus pruebas. Sí, tú has sido duro, por benevolencia; no has querido que llevase una existencia agradable y poltrona, y por ello te estoy muy agradecido. He sabido lo que eran las largas etapas en el desierto, y las noches desvelado.
Cuando se dice -para atraer a las almas- que los que te sirven están nadando en consolaciones, cuando se describe tu servicio como un perpetuo y dulce éxtasis, y se convierten tus exigencias para con nosotros en invitaciones tiernas y seducciones embriagadoras, Dios mío, Dios mío, me parece que no se dice todo, y que hasta se calla lo esencial. Hay chocar de espadas en tus palabras y terribles exigencias en tus requerimientos. La gracia que hay en nosotros es ante todo un don de fortaleza, para que nuestras espaldas no se dobleguen, y para que nuestras rodillas no cedan bajo el peso de cargas tan pesadas como las que tú nos impones. A fuerza de decir que nada hay tan dulce como servirte, vamos a acabar por creer que no ordenas nada desagradable, y que podemos excusamos tranquilamente de haber omitido algún deber por el solo hecho de que tenía algo de amargo.
Me regocijo al comprobar que mis años de desierto han sido largos.
Dios mío, creo que has comenzado ya para mí tu milagro reconfortante. No debo esperar a que mi vida de fe se termine en la gloria para saber con qué alimento maravilloso sostienes las fuerzas de tus discípulos, porque tú no has esperado ese plazo para comunicarme tu gracia y las energías de tu Espíritu. En los días de prueba, tú has sido mi fortaleza y yo tal vez no lo he advertido. He creído que me alimentaba con mis provisiones, he creído que mi fortaleza me venía de .mí, y sin embargo, sin ti, habría muerto, hace mucho tiempo, de sed y de hambre.
Continúa, oh Señor, dándome la limosna, ese pan misterioso, el socorro invisible venido por tus manos para sostén de mi indigencia, porque no puedo vivir más que con tus dones, de lo contrario, desfalleceré en el camino.
Haz que ame más y más esta vida de fe, toda ella iluminada por la esperanza, haz que ame este desierto en donde has colocado mi alma, esta inmensa llanura, teniéndote a ti en medio y yo delante de ti, no solo, sino perdido entre la muchedumbre de mis hermanos y dependiendo con ellos únicamente de tu misericordia. Estoy completamente decidido a no abandonarte, y si no te abandono, no temeré al enemigo, ni a la muerte, y viviré para siempre de tu misericordia.
Oración
¿Quién otro podrá, ¡oh bendita Madre! declarar la grandeza de los dolores y ansias de tus entrañas, cuando veías morir con tan grandes tormentos al que viste nacer con tanta alegría? ¿Cuando veías escarnecido y blasfemado de los hombres aquel al que viste alabado de los ángeles? ¿Cuando veías aquel santo cuerpo que tú tratabas con tanta reverencia y criaste con tanto regalo, tan maltratado y atormentado de los males? Cuando mirabas aquella divina boca que tú con leche del cielo recreaste, amargada con hiel y vinagre, y aquella divina cabeza, que tantas veces en tus virginales pechos reclinaste, ensangrentada y coronada de espinas?¡Oh, cuántas veces alzabas los ojos a lo alto para mirar aquella divina figura que tantas veces alegró tu alma, mirándola; y se volvieron los ojos al camino, porque no podían sufrir la ternura del corazón! (P. Luis de Granada).