¿Es posible, muchas veces me pregunto, que estos personajes que surgen a diario en las noticia, cuando llega la noche no se interroguen si estas apetencias de cargos y honores les dan la felicidad? ¿Es posible que hayan logrado saciar el hambre de Dios con migajas envenenadas? Quedaré admirado si uno solo de ellos me dice que duerme feliz cada noche. Más bien creeré que duerme bien provisto de pastillas…
¿De verdad, de verdad hay alguien que pueda decir honestamente que no cree en Dios? El pobre Víctor Hugo , que de cristiano tenía muy poco, acertó plenamente: “Creer es difícil, pero NO CREER es imposible”. Porque, como aseguró el biólogo de renombre universal Juan Reinke “el que estudia la naturaleza, y, sobre todo, los procesos biológicos, ve ya de lejos la divinidad y yo mismo puedo confesar con san Agustín: “Mi corazón estuvo intranquilo hasta que halló descanso en Ti, ¡mi Dios!”
Tengo derecho a pensar que los hombres que pasan la vida corriendo tras la riqueza, los honores y la fama no quieren meditar sobre la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, y menos sobre las fatales consecuencias de tan vanos deseos y sórdidas actitudes por no vivir angustiados, ya que no quieren cambiar de vida. Ahí está la verdadera razón de la increencia humana: el hombre tendría que cambiar de vida.
El hombre prefiere vivir corriendo tras las cosas de la tierra, sediento de las apetencias mundanas, antes que tener la felicidad de una conciencia tranquila bajo la amorosa mirada de Dios Padre. Y dormir cada noche…