Si por el contrario, el demonio quiere hacerme perder el recuerdo de mis pecados y que nazcan en aquel momento ideas de vanagloria, si quiere persuadirme de que estoy seguro de pertenecer al número de los predestinados, de que las buenas obras que hice merecen por sí mismas las recompensas eternas, protesto desde este momento que detesto una idea tan falsa y que la miro como una blasfemia. Nunca olvidaré que soy un infeliz e indigno pecador, que he merecido mil veces la muerte por mis pecados, por los que jamás debo de dejar de temer, aunque me atreva a esperar que me los perdonaréis. Reconozco que no puedo salvarme sino por un puro efecto de vuestra bondad infinita y por los méritos de la muerte y pasión de Jesucristo, y solo en esto fundo mis esperanzas.
Si en el momento de la muerte, el demonio quiere causarme penas de conciencia, agitaciones, perturbación y escrúpulos sobre mis confesiones, insinuándome que las hice mal, que no tuve un sincero dolor de haberos ofendido, ahora como si fuera el último instante de mi vida, manifiesto que tengo un verdadero dolor de todas las faltas que puedan haberme pasado por alto en todas mis confesiones, prometo repararlas si llego a conocerlas y deseo tener una contrición proporcionada a la enormidad de mis pecados y a la grandeza del Dios a quien ofendieron.