Casi siempre se muere como se ha vivido. Los que han amado al mundo, mueren en el amor al mundo; lo que es la mayor y más irreparable de todas las desdichas, puesto que el amor a Jesucristo es incompatible con el amor al mundo; y sin embargo Él juzgará a los hombres según la verdad de su palabra, tales como les encuentre en el momento de morir-
Cuando suene la trompeta, la tierra con todos los pueblos se sobrecogerá de espanto. Al acercarse aquel terrible Juez de los vivos y de los muertos, todo el universo resonará con lúgubres lamentos. Ciertos monarcas, en otro tiempo tan poderosos, temblarán cuando comparezcan sin acompañamiento ante el tribunal de Jesucristo.
Y tú, pobre pero fiel cristiano, lleno de alegría dirás: “He ahí a mi Dios, que fue crucificado por mí. He ahí a mi Juez que estuvo envuelto en pañales y que lloró siendo niño en un pesebre. Ahí está aquel hijo de un artesano y de una pobre mujer , que ganaba su vida con el sudor de su frente. Él que estuvo hundido y desolado, abandonado por todos en Getsemaní, flagelado, coronado de espinas y cubierto con un harapo de púrpura. Este es mi Juez”.
Sí, judíos, las manos que traspasasteis son las de vuestro Juez. Romanos, el costado que abristeis es el de vuestro Juez.