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CIELO O INFIERNO: PODEMOS ESCOGER

Dios nos ha permitido elegir entre una penitencia eterna en su duración, que nos priva de todos los bienes, nos oprime con todos los males, infinita en sus rigores, que castiga y nada borra a cambio de un arrepentimiento que se manifiesta en una confesión voluntaria y secreta. Sentencia en verdad muy rigurosa por no haber querido una pequeñísima humillación. A la Magdalena le bastó unos minutos de amor perfecto para borrar las iniquidades de una vida pasada. El Evangelio enseña que para apaciguar la justicia divina basta la humildad y el amor. El sacramento de la Penitencia es eso: humildad de confesar nuestras culpas y amor por el dolor que hemos causado. En realidad, la misericordia divina permite que el hombre haga para salvarse mucho menos de lo que hace para perderse.

San Jerónimo fue uno de los santos penitentes que, hastiado del tumulto del mundo y de la grandeza de Roma, se retiró a Palestina y se sepultó en la soledad. Imposible es explicar cuál fue allí la austeridad de su vida, la severidad de sus penitencias y mortificaciones, de sus maceraciones y de los rigores que ejercitó consigo mismo. Tomaba una piedra, se daba con ella golpes en el pecho, se ponía todo el cuerpo ensangrentado, y en tal estado, siempre trémulo e inquieto, meditaba sobre el rigor de los juicios de Dios. Exclamaba temblando: “Me parece que ya oigo sonar aquella trompeta fatal que nos llamará a juicio a todos. Día y noche resuena su eco en mis oídos y mi espíritu consternado no puede tranquilizarse al recordar que hay un Dios terrible que debe juzgarme…Así pasó su vida temiendo y aguardando los juicio de Dios. ¡Dichoso en haberlo prevenido por medio de una penitencia tan larga como rigurosa!.

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Noticias Cristianas

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