A causa del pecado original, no hay potencia en nuestra alma que no experimente algún defecto: el entendimiento está ofuscado, la voluntad desreglada y la sensualidad ha venido a ser en nosotros un cebo y una disposición para toda clase de pecados. Unamos a esta naturaleza, la costumbre : cuando un hombre se ha habituado a la culpa , si Dios no hace una especie de milagro, todas las amonestaciones y exhortaciones de confesores y predicadores, serán infructuosas. La costumbre viciosa engendra la estupidez, y hace al hombre insensible a los riesgos que le amenazan. A la naturaleza corrompida y a la mala costumbre, se une la ocasión de cometer un pecado, que en nuestra sociedad está a nuestro alcance cada minuto.
Pero hay remedios. Contra la naturaleza corrompida es preciso emplear la oración .Para domar la naturaleza humana necesita el hombre recurrir a Dios que es infinitamente superior. Non la oración se implora la divina misericordia.
Contra la mala costumbre es preciso es necesario trabajar y luchar con todas nuestras fuerzas para vencerla. Quien esté en el cieno de la impureza, o dominado por la costumbre de blasfemar, de jurar, de murmurar, de emborracharse, puede reprimir estos hábitos con el temor a la justicia divina. Es preciso meditar sobre el infierno eterno y sus penas. No dejarse engañar por los que afirman que el infierno no existe ni que nadie se condena.
Contra la ocasión de pecar, e indispensable huir de ella. Tan importante es esto que Jesús nos advirtió: “Si tu ojo te escandaliza, arráncalo; si tu mano o tu pie escandalizan, córtalos”. Significa esto: si un empleo, un cargo, una persona es ocasión de pecar, aun cuando fuera tan apreciable como lo es el ojo, la mano o el pie, debe el hombre privarse de ellos.