Meditación del día

11 de febrero

11 de febrero
11 de febrero

N .ª S.ª de Lourdes. Ss. Lucio, Deseado y Desiderio, Calocero, Castrense, Lázaro y Secundino obs; Saturnino, Dativo y Félix mrs; Jonás rnj; Gregario II y Pascual ps; Severino ab; Eloísa vda. y Teodora ernptriz.

Introito

Aurora de salud. Y ¡cuán de semejante es su obra de la que vernos en la mujer primera! En la primera todo lo invade el veneno de la serpiente; en la segunda todo lo penetran hasta rebosar los misterios del Salvador. En la primera se descubre la iniquidad del tentador; en la segunda resplandece la majestad del Redentor. Por la prime­ra sucumbe y cae en servidumbre la criatura; por la segunda devuelve al Criador la gloria usurpada y recobra la libertad de hijo (Liturgia Ambrosiana).

Amparo común de todos, porque imposible es que padezca eterna damnación cualquier a ti convertido y reducido. Así que todos los hombres deben cada día invocar a la Virgen nuestra Señora (S. Anselmo).

Maestra de los apóstoles, pues bien que el Espíritu Santo enseñaba a los apóstoles, no por eso hemos de pensar que deja­ran de acudir al suavísimo magisterio de María (S. Ruperto ab.) Señor mío Jesucristo, sol de increada lumbre, espejo sin mancha de las perfecciones del Padre, que ordenaste que tu Madre fuese la estrella de nuestros mares: envía sobre mis tinieblas los rayos que de sí despide. Sus claros fulgores son gloria y embeleso del cielo, terror y espanto del infierno, y manantiales de salud para la tierra. A esa resplandeciente estrella saludan los astros de la mañana, y cautivados con los claros fulgores de su luz la enaltecen con cantares de gozo todos los hijos de salud. De tu pueblo escogido no hay quien no se pregunte con inefable asombro: ¿Quién es ésta que sube del oriente, y que apenas amanece inunda la tierra de claridad? (S. Bernardo).

Meditación: UNA ORACIONCITA

¡Dios mío, haced que nos amemos mucho!

¡Dios mío, haced que os amemos mucho!

¡Dios mío, haced que os hagamos amar mucho!

¡Dios mío, amadnos mucho!

¡Corta, muy corta es esta oración; en un minuto podría repetirse cuatro veces… ¿Quién no querrá, pues rezada pia­dosamente?

Corta, muy corta es esta oración; es principalmente para las pobres almas que apenas saben orar, o a quienes cansa hacer oración… ¿Cuál, pues, de estas almas se negará a probar si le dará algo más de fuerza y de piedad?

Corta, muy corta es esta oración; pero es suave al corazón, útil al alma, y aun graciosa a la inteligencia… ¿Quién, pues, no querrá saborear, una vez por lo menos, su dulzura, su fuerza, su amabilidad?

Ved qué cosas encierra:

  • ¡Dios mío, haced que os amemos mucho!

Si os amamos, oh Dios mío, permaneceremos gustosos en vuestra presencia, dichosos en vivir, en trabajar, en recrearnos junto a Vos; nuestro pensamiento subirá hasta Vos y nuestro corazón os buscará por todas partes.

Si os amamos, experimentaremos gran placer en visitaros, y todos los días nos veréis acudir, alegres y presurosos a vuestro sagrario, para daros, a Vos que residís corporalmente en él, los buenos días de un hijo amante.

Si os amamos, os obedeceremos con alegría, porque obedecer es contentar el amor de uno mismo, es dar felicidad a la persona a quien amamos.

Si os amamos, acudiremos a Vos, antes que a ninguna otra persona, para ser consolados, para ser fortalecidos, para ser perdonados, porque sólo a las personas a quienes amamos acudimos para buscar el consuelo, la luz, la fuerza, la paz; y todo esto lo encontramos en Vos.

  • ¡Dios mío, haced que os hagamos amar mucho!

¡Oh, si tenemos la dicha de ser aceptados por Vos, oh Dios mío, como apóstoles, auxiliares, empleados y siervos vuestros, cuán dichosos seremos!

Si nos aceptáis para haceros amar, seremos generosos en emplear en vuestro santo servicio todo nuestro tiempo, todos nuestros bienes, toda nuestra inteligencia; seremos dichosos en trabajar por Vos, en consumir por Vos nuestra salud, en morir por Vos.

Si nos aceptáis para haceros amar, seremos ingeniosos en hablar de Vos, en descubrir los medios para daros a conocer y amar, en emplear estos mismos medios con sabiduría, con prudencia, con amabilidad; seremos firmes en defenderos, sin temor al miedo, ni a las repugnancias de la naturaleza, ni a las sonrisas de la burla.

Si nos aceptáis para haceros amar, confiaremos en vuestra bondad paternal, seguros de que tendremos siempre, para cumplir nuestra misión, el talento, la destreza, la habilidad necesaria; seguros de que encontraremos en Vos el perdón de nuestros olvidos y de nuestras faltas, palabras que eleven, que animen, y sobre todo la esperanza cierta del paraíso.

  • ¡Dios mío, haced que nos amemos mucho!

Si nos amamos, oh Dios mío, como se aman los hijos de una misma familia, dándose todos el nombre de hermanos y llamándoos con el mismo fervor padre mío, nos ayudaremos, nos soportaremos, nos defenderemos, nos aliviaremos, nos per­ donaremos, permaneceremos gustosos unos con otros, seremos fuertes para la lucha y conduciremos a Vos, oh Señor, a cuantos hallemos en nuestro camino. ¡Oh, qué dulce, qué hermosa será esta vida!

  • ¡Dios mío, amadnos mucho!

Estamos convencidos de que nos amáis, oh Señor, pero con esta plegaria os pedimos que alguna vez nos deis a experimentar vuestro amor.

¡Oh! verse amado de Dios, aunque sólo sea un momento, es el colmo de la paz y de la alegría; es para el alma el arroba­ miento de la inocencia, para la mente la iluminación del saber, para el corazón el estremecimiento del afecto más tierno, más  total, más duradero; es el olvido de todas las penas y congojas; es la recompensa, sobre todo encarecimiento, de una vida entera de abnegación, de sacrificio, de martirio.

Oración

¿En qué lugar del mundo, ¡oh incomparable Reina, oh gran soberana! no resuenan los cánticos de tus alabanzas? Las generaciones suceden a las generaciones engrandeciendo la gloria de tu nombre, y según la palabra que el Señor puso en tus labios ya no hay pueblo que no te aclame Bienaventurada. Todos se arroban pensando en tus altos méritos, y enmudecen de asombro sabiendo que al Increado vestiste en tu seno de nuestra carne, y al que no tiene principio alumbraste tú en la plenitud de los tiempos. Por tanto, devuélvenos en lluvias de gracias las alabanzas que te dirigimos; abre ese manantial de luz que por nosotros quiso encerrarse en ti, y no vivamos ya entre noches, incertidumbres y temores; a ti seremos deudores de mercedes que labios humanos jamás podrán agradecer ni ponderar. (S. Sofronio).

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Noticias Cristianas

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