Meditación del día

09 de febrero

Ss. Sabino, ob; Nicéforo, mr; Miguel Febres, rel. La Salle; Apol onia v. y mr; Francisco de la Parrilla; Alejandro, Ammonio, Primo y Donato, de; Marta, María y Licarión, mrs; Emiliano, er; Reinaldo, Conrado, mjs; Ansberto, ab. y ob; Odeberto, ob; Silvestre, mj. y taum; Atenodoro, Nebrido, obs; Aberardo, fdr. y escritor; B. Bernardo, dom.

Introito

Madre de la increada eterna lumbre, por quien vino a los mortales salud cumplida (Liturgia griega).

La gracia coloca a María sobre la ley, su humildad la hace sujetarse a la ley (S. Agustín).

Eximióla Dios y libróla de dolores en el parto y de ser convertida en polvo, siendo leyes generales; razón era que la eximiese y librase del pecado original. S. Pablo a los concebidos en pecado llama hijos de ira y siervos del diablo; decir tales cosas de la Virgen, muy descarada cosa es.

También es otra razón, que, o pudo Dios preservar de culpa a la Virgen su madre y no lo quiso hacer, o quiso y no pudo. Decir que quiso y no pudo ponemos falta en su omnipotencia, y es blasfemia. Si decimos que lo pudo hacer y no quiso, ponemos falta en sus bondad; porque no quiso hacer con su madre el bien que pudo, lo cual no se ha de decir, porque el buen hijo debe dar a su madre toda la honra que puede.

Nuestro Redentor es verdadero hijo de la Virgen: justo es que procure a su soberana Madre el bien que todo buen hijo procuraría a la suya (Alonso Villegas).

Meditación: RESPETO HUMANO

Dime, amigo, ¿por qué razón te mofas tú de los que hacen profesión de piedad, o, para que lo entiendas mejor, de los que gastan más tiempo que tú en la oración, de los que frecuentan más a menudo que tú los Sacramentos, de los que huyen los aplausos del mundo? Una de tres: o es que consideráis a estas personas como hipócritas, o es que os burláis de la piedad misma, o es, en fin, que os causa enojos ver que ellos valen más que vosotros.

Para tratarlos de hipócritas sería preciso que hubierais leído en su corazón, y estuvieseis plenamente convencidos de que toda su devoción es falsa. Pues bien ¿no parece natural, cuando vemos a una persona hacer alguna buena obra, pensar que su corazón es bueno y sincero?

Tratándose de juzgar a las personas de bien, decís: el fruto es bueno, pero el árbol que lo lleva no vale nada. No, no, no sois tan ciegos ni tan insensatos para disparatar de esta manera.

Quizás os burláis de la piedad misma.

No, nada de esto. Es que, no teniendo el valor de imitarle, no quisiéramos sufrir la vergüenza de nuestra flojedad; antes quisiéramos arrastrarle a seguir nuestros desórdenes y nuestra vida indiferente. ¿Cuántas veces nos permitimos decir: para qué sirve tanta mojigatería, tanto estarse en la iglesia, madrugar tanto para ir a ella, y otras cosas por el estilo?

La vida de las personas seriamente piadosas es la condenación de nuestra vida floja e indiferente. Bien fácil es comprender que su humildad y el desprecio que ellas hacen de sí mismas condena nuestra vida orgullosa, que nada sabe sufrir, que quisiera la estimación y alabanza de todos. No hay duda de que su dulzura y su bondad para con todos abochorna nuestros arrebatos y nuestra cólera; es cosa cierta que su modestia, su circunspección en toda su conducta, condena nuestra vida mundana y llena de escándalos. ¿No es realmente esto solo lo que nos molesta en la persona de nuestros prójimos? ¿No es esto lo que nos enfada cuando oímos hablar bien de los demás y publicar sus buenas acciones? Sí, no cabe duda de que su devoción, su respeto a la Iglesia nos condena, y contrasta con nuestra vida disipada y con nuestra indiferencia por nuestra salvación. De la misma manera que nos sentimos naturalmente inclinados a excusar en los demás los defectos que hay en nosotros mismos, somos propensos a desaprobar en ellos las virtudes que no tenemos el valor de practicar.

¿Qué pensaríais de un pobre que tuviera envidia de un rico, si él no fuese rico sino porque no quiere serlo? No le diríais: amigo, ¿por qué has de decir mal de esta persona a causa de su riqueza? De ti solamente depende ser tan rico como ella, y aun más si quieres. Pues de igual manera, ¿por qué nos permitimos vituperar a los que llevan una vida más arreglada que la nuestra? Sólo de nosotros depende ser como ellos y aun mejores. El que otros practiquen la religión con más fidelidad que nosotros no nos impide ser tan honestos y perfectos como ellos, y más todavía, si queremos serlo.

Digo, en tercer lugar, que las gentes sin religión que desprecian a quienes hacen profesión de ella…; pero, me engaño: no es que los desprecien, lo aparentan solamente, pues es su corazón los tienen en grande estima. ¿Queréis una prueba de esto? ¿A quién recurrirá una persona, aunque no tenga piedad, para hallar algún consuelo en sus personas, algún alivio en sus tristezas y dolores? ¿Creéis que irá a buscarlo en otra persona sin religión como ella? No, amigos, no. Conoce muy bien que una persona sin religión no puede consolarle, ni darle buenos consejos. Irá a los mismos de quienes antes se burlaba. Harto convencido está de que sólo una persona prudente, honesta y temerosa de Dios puede consolarlo y darle algún alivio en sus penas.

Ya veis, pues, que os burláis de quienes no lo merecen; que debéis por el contrario, estar infinitamente agradecidos a Dios por tener entre vosotros algunas almas buenas que saben aplacar la cólera del Señor, sin lo cual pronto seríamos aplastados por su justicia. Si lo pensáis bien, una persona que hace bien sus oraciones, que no busca sino agradar a Dios, que se complace en servir al prójimo, que sabe desprenderse aun de lo necesario para ayudarle, que perdona de buen grado a José que le hacen alguna injuria, no podéis decir que se porte mal, antes al contrario. Una tal persona no es sino muy digna de ser alabada y estimada de todo el mundo. Sin embargo, a esta persona es a quien criticáis.

Yo te diré lo que debes hacer: bien lejos de vituperar a esta clase de personas y burlarte de ellas, has de hacer todos los esfuerzos posibles para imitarlas, unirte todas las mañanas a sus oraciones y a todos los actos de piedad que ellas hagan entre día.

Si es que teméis que os llegue a faltar el valor, dirigid vuestros ojos a la cruz donde murió Jesucristo, y veréis cómo no os faltará aliento. Mirad a esas muchedumbres de mártires, que sufrieron dolores que no podéis comprender vosotros, por el temor de perder sus almas ¿Os parece que se arrepienten ahora de haber despreciado el mundo y el qué dirán?

Concluyamos diciendo: ¡Cuán pocas son las personas que verdaderamente sirven a Dios! ¡Qué pequeño es el número de los que andan por el camino del cielo, pues sólo se cuentan en él los que continua y valerosamente combaten al demonio y sus sugestiones, y desprecian al mundo con todas sus burlas! Puesto que esperamos nuestra recompensa y nuestra felicidad de sólo Dios, ¿por qué amar al mundo, habiendo prometido no seguir más que a Jesucristo, llevando nuestra cruz todos los días de nuestra vida? Dichoso, aquel que no busca sino sólo a Dios…

Oración

Tu poder, divina Señora, gobierne todos mis actos; véame libre por ti, oh Reina que diste a luz al Rey de cielos y tierra, de la servidumbre de los infernales enemigos. ¿Quién ahuyenta las tinieblas y noches que sobre nuestras almas tiende el pecado, sino tú que eres lámpara de fuego que resplandece en el humano suelo, iluminándolo todo con la claridad que nace de tus virginales entrañas? ¿Qué otra mano que no sea la tuya, ¡oh benditísima sobre toda bendición! puede salvarnos y guiar nuestra nave a puerto? Vísteme de la luz de la mañana, inunda con rayos de justicia y de santidad todo mi interior, para que mi espíritu engrandezca tu clemencia (S . Sofronio).

About the author

Noticias Cristianas

A %d blogueros les gusta esto: