Podemos decir que aquellos que temen la muerte dan muestras de no estar imbuidos en los primeros principios del Cristianismo. De verdad es casi no amar a Jesús el temer que llegue su reinado. ¿Qué cosa hay más injusta e irracional que desear todos los días que se cumpla la voluntad de Dios, y quejarnos cuando se cumple? En este desorden de temer la muerte caemos casi todos. Hacemos como los criados rebeldes a quienes es menester arrastrar a su pesar a la presencia de su amo. Dejamos esta vida más bien por necesidad que por sumisión, y así demostramos que carecemos de fe, y que no tenemos esperanza de ser recompensados por Aquel que nos llama hacia si. Solo se comprende que un alma cristiana sea capaz de abrigar tan opuestos sentimientos si le agrada la cautividad de la tierra. Entonces ¿por qué reza “que venga a nosotros tu reino”? El reino es el Cielo. En el fondo hay mucha inconsciencia. Si fuera lógico, este cristiano tendría o cambiar el lenguaje o la creencia. Si queremos vivir como paganos, temamos la muerte si nada tenemos que esperar después de ella. En realidad, el cristiano tendría que mirar con menosprecio esta vida ya que espera otra mejor. Tenemos que estar más persuadidos de la verdad de las promesas de Jesús.
Los ángeles, que tienen un entendimiento para conocerse, saben que por su naturaleza son incorruptibles. Y, por tanto, no ven ni les inquieta la muerte. Las bestias están sujetas a la muerte, pero no se conocen, y, como no reflexionan, no tienen aprensión a morir. Los hombres buenos y justos que, en cuanto al cuerpo, deben morir como las bestias, y que se conocen como los ángeles, les sostiene la esperanza de una vida inmortal. Pero el libertino carece de todas estas ventajas: debe morir y no lo ignora; posee un alma inmortal y no lo cree. Por esto, le aflige el conocimiento que tiene de la muerte y la ignorancia de su inmortalidad le priva del remedio que podría consolarle en su aflicción. Tiene razón para espantarse y desesperarse. Sólo se conoce a sí mismo para hacerse desgraciado. Así, por un justo castigo de Dios, su mismo libertinaje se convierte en su primer tormento y no hace otra cosa que acelerar su infierno.