El Señor Jesús trata de “insensato” al hombre que ha con seguido un montón de riquezas. Se veía en estado de pasarlo bien durante muchos años, descansando durante toda su vida, disfrutando de una buena mesa y de todos los demás placeres, y sin embargo, era digno de compasión porque sólo le quedaba un momento de vida y estaba próximo a ser eternamente desgraciado. Extraña locura pensar en gozar de los bienes de la tierra que se nos pueden quitar en un instante. Y ¿para quién serán los bienes que ha acumulado? Jesús no habla de los bienes del Cielo, habla de los que deja en la tierra, porque un mundano es casi insensible a los bienes y males de la eternidad. Por esto, ni hablar del infierno a un mundano, le conmueve porque n o entiende el lenguaje. Lo único que capta es la pérdida de sus bienes en la tierra. Ni siquiera le preocupa que él caiga en poder del demonio después de su muerte. Extraña estupidez.
¿Aguardaré a que la muerte se cierna sobre mi cabeza para desengañarme de las grandezas y del vano esplendor de este mundo? Arranquemos sin retardo la venda que nos cubre los ojos.
¿Quién de nosotros piensa en acumular tesoros de virtud, que son las verdaderas riquezas y las únicas que la muerte no puede quitarnos?