Esta semana he tenido dos experiencias admirables. La primera fue al empezar un juicio al que estaba citado. Las primeras palabras que nos dirigió el Magistrado fueron: “Estamos hoy en una sala más espaciosa, gracias a Dios.” Y para que quedará claro volvió a repetirlo con sonora voz: Gracias a Dios. Escuchó a todos con interés. No mostró nunca su superioridad. Aguantó el farragoso informe de un abogado. Pidió disculpas por haber intentado sin éxito un acuerdo amistoso. Al terminar la vista fue despidiendo a todos con gran amabilidad.
La segunda es que he permanecido internado en el Hospital Clínic de Barcelona a causa de unos imprevistos ataques epilépticos. Nunca podré encarecer bastante el talante agradable, la amabilidad de trato, el interés de todos los sanitarios. Tratan a cada uno como si fuera el único enfermo. Ignoro si son católicos, cristianos pero ¡ya me gustaría a mí, el presentarme ante en el Señor el día del juicio con mi obligación profesional tan bien cumplida! Lo vengo observando: mi vida ha estado llena de enfermedades, pero siempre he encontrado enfermeras amables, buenas, incluso cariñosas…
Dos lecciones las que he recibido este día, que serán difíciles de olvidar.
Jaime Solá Grané