Si el Señor nos dejase la elección del tiempo, de la hora y modo de nuestra muerte, ¿escogeríamos mejor que Dios que decide sobre aquel suceso por su sabiduría y por su bondad infinitas? Nada desea tanto como salvarnos; nos rescató del pecado con su sangre. ¿No tenemos confianza para abandonarnos enteramente a su amable voluntad? ¿O es que queréis vivir más tiempo para hacer penitencia por vuestros pecados? No podemos hacer penitencia más saludable y que más agrade a Dios que sometiéndonos humildemente a la sentencia de muerte proferida por el Creador. Aceptar libremente y por amor, y no por la fuerza como los réprobos, la entrega de la vida y de los bienes cuando Él quiera, tiene un gran valor ya que las obras son consideradas meritorias a proporción de su dificultad; el amor a la vida es tan natural al hombre que nada puede hacer más grande y más difícil que triunfar de él. Ya Jesús nos dejó dicho: “Nadie posee más caridad que aquel que da su vida” (J.15-13)