Un día cierta penitente que se había confesado de muchos pecados con San Francisco de Sales le dijo:
-. ¡Cuánto desprecio me debe tener!
-. Ahora os miro como a una santa.
– Pero vuestra conciencia os dirá lo contrario.
-. No, os hablo según mi conciencia. Antes de vuestra confesión, sabía de vos muchas cosas desagradables, que corrían por todas partes, y esto me dolía, por la ofensa a Dios y por respeto a vuestra reputación; pero ahora sé qué responder a cuanto se pueda decir contra vos. Diré que sois una santa y diré la verdad.
-. Pero, padre, el pasado sigue siendo verdad.
-. De ningún modo, porque si los hombres os juzgaren como el fariseo juzgó a la Magdalena después de su conversión, tendréis por defensores a Jesucristo y a vuestra conciencia.
-. Pero, en fin, padre mío, ¿qué pensáis vos de mi pasado?
-. Os aseguro que no pienso nada, porque ¿cómo queréis vos que mi pensamiento se detenga en lo que ya no existe ante Dios? No pensaré más que en alabar a Dios y celebrar la fiesta de vuestra conversión. Sí, quiero celebrar esta hermosa fiesta con los ángeles del cielo, que celebran el cambio de vuestro corazón.
Y como quiera que al decir esto, tenía el rostro bañado de lágrimas, le dijo la penitente
-. Sin duda estáis llorando por mi vida abominable.
-. No, lloro de alegría por vuestra resurrección a la vida de la gracia.
Jaime Solá Grané