Ss. Telesforo p; Juan Neumann ob; Teodoro, Onulfo y Onoberto cfs; Simeón estilita anac; Amelía, Emiliana, Apolinaria, Sinclética vs; Amada absa.
Introito
¿Qué sería yo sin ti, Reina mía? ¿De mí sin ti qué seria? Oh mi Reina, mi esperanza, ¡Mi consuelo! Todos te den alabanza, Tierra y cielo. Por vivir mirarte suelo, Luz del día. ¿De mi sin ti qué sería? (Cristóbal Cabrera).
¡Madre de Dios, Madre y Virgen, Madre por todos conceptos dignísima! Ella es la Madre que correspondía a tal Hijo; él es el Hijo que correspondía a tal Madre. Más digna que ella ya no la podía Dios crear. Porque puede Dios hacer un mundo mayor, puede hacer un cielo mayor; pero ya no pudo hacer otra madre más excelsa que la Madre de Dios. Por donde ni era decoroso a Dios tener otra Madre que la Virgen, ni a la Virgen tener otro Hijo que Dios, porque ni es posible venga al mundo una madre más digna entre las madres, ni un hijo más digno entre los hijos (S. Buenaventura).
Madre inmaculada, Madre incorrupta, Madre intacta. ¿De quién es Madre? De Dios Unigénito, Señor y Rey de todas las cosas, Criador y conservador de cuantas cosas hay criadas; de aquel que en el cielo existe sin Madre, y en la tierra sin Padre; de aquel que vive en la gloria según la divinidad en el seno del Padre, y en el mundo según la humanidad en las entrañas de la Madre. Una misma es Virgen y Madre de Dios; una, señora y sierva; una, dignísima, inmaculada, del Santo de los santos y libre de toda sombra y obscuridad ( Orígenes).
Meditación: EN TU CUARTO
Yo quisiera mirar con ojos cristianos mi cuarto y todos aquellos en los que se me ha permitido la entrada. Pensaremos en la estancia del Cenáculo, y en la de Marta y María, y en el misterio de este pequeño universo encerrado entre cuatro paredes y en el que Vos pedís que me entre para hablar allí con el Padre Celeste. Hoy con las nuevas arquitecturas y la calefacción central, desaparecen un poco estas estancias estrechas y cerradas, pero quedan todavía bastantes para que pueda encontrar en ellas algo de vuestro Evangelio y pueda sentirme más cerca de vuestra Presencia. ¡Está tan mezclado o mi vida mi cuarto! Si sólo me dice cosas profanas me haré el efecto de haber pasado toda mi existencia en la compañía de un pagano; y si sólo me cuenta los recuerdos, es tan estéril como un eco.
Mi cuarto, Señor, es corno vuestra gracia, siempre acogedora. No lo he construido yo mismo: un día entré en él. Es mi universo, o mejor, mi retiro, mi lugar de trabajo y de observación. En él soy verdaderamente yo; lejos de las sujeciones y de las actitudes que me impone la sociedad de los demás hombres. Tal vez nunca os he dado gracias por este asilo.
¡Hay tanta pobre gente que se pregunta cómo pagará el alquiler de su cuarto! ¡Hay tantos que no tienen para vivir más que una especie de cuchitril colectivo!, y yo encuentro muy natural cerrar la puerta, y, a pesar de la lluvia o de la oscuridad, quedarme en seco, a la luz de la lámpara, trabajando a mi gusto, corno si todos mis hermanos estuviesen alojados como yo. No he conocido jamás la lúgubre tragedia de ser echado por un propietario, pero he sabido lo que era tener que dejar las ciudades bombardeadas, abandonarlo todo en pocos minutos; divagar a lo largo de las rutas y dormir en el bosque sin saber si volvería a tener un techo sobre mi cabeza. Que mi cuarto me inspire por lo menos un poco de compasión de los errantes y fugitivos, por los desgraciados y los expulsados, por los que llenan el refugio de una noche y a la mañana siguiente empezarán otra vez a divagar sin esperanza.
Y después, Señor, no sólo existe la habitación donde se habla y aquella en que se juega, y la de comer, y la de dormir; existe también el aposento donde se sufre y donde se muere, el aposento de la clínica, con sus largas noches de insomnio, y donde detrás del tabique, se oyen débiles gemidos. Existen las celdas de los religiosos y a lo largo de los corredores, en las cárceles, también las celdas de pesada puerta de los condenados. ¡Extraño, Señor, bien extraño, que se haya impuesto como pena a éstos, lo que los otros han buscado como una liberación en los Carmelos y en las Cartujas! Tan verdadero es que nuestra felicidad o nuestra desventura no dependen del medio donde vivimos, sino de la manera, más o menos cordial, con la cual nos adaptamos nosotros.
Yo quisiera que mi cuarto no me fuera sólo un refugio, ni me ayudase a olvidar el mundo entero que padece, que se agita y que lucha confusamente allá fuera. Tengo miedo de este veneno sutil, de esta anestesia, de esta pereza pavorosa que encubre tan a menudo la soledad. Conseguidme, Señor, que cualesquiera que sean mis desgracias, llegue siempre a mis oídos el lamento inmenso de todos los que lloran en la noche, y que la tranquilidad de mi cuarto, lejos de ser el abrigo bien acolchado en el que saborea el placer del olvido, sea siempre el taller silencioso, donde el alma aprende a ser útil.
Oración
Del tronco de Jesé, padre de tu raza, nobilísima Señora, te ha hecho nacer por la mano de su sabiduría el Sol de verdadera lumbre para labrar en ti el templo de su gracia. Cuando la luz que tú despides despuntó en el cielo, la muerte huyó despavorida y Eva se irguió sobre sus plantas para reconocer en ti a la verdadera Madre del humano linaje. Sube, astro de la mañana, aurora naciente, despliega los plateados destellos de tu lumbre, que en el cielo ninguna estrella fuera del sol ha de vencerte en hermosura y en suavísima claridad. Virgen Madre, Virgen única, columnita de humo, sahumada de incienso y de mirra, nubecilla de nardo y áloe quemados por la mañana, por ti esplendorean y se cubren de gloria los cielos y la tierra, en la plenitud de los tiempos la eterna sabiduría hizo girar en sus goznes las doradas puertas del cielo y puso su tienda en el secreto de tu suavísimo seno; y si Verbo y Sol fue allá en el cielo, Verbo y Sol fue en tus entrañas. Y ¡qué refulgente y brillantísima quedaste! Como renuevo en tronco seco, nació con tal pujanza tu fruto bendito, que avasalló pueblos y gentes rompiendo valles y cadenas que los tenían cautivos. Levántense las doncellas y abracen el laúd y la cítara; levántense los jóvenes y los ancianos y hagan coro para engrandecer a la celestial Ester que nos trajo misericordia y nos dio quien arrancara e hiciera pedazos el decreto de nuestra condenación; merezcan después nuestros cantares que al dejar la arena de este mundo entremos en el sempiterno descanso (Sacada de un misal de Cluny de 1523).