Ss. Celso, Gregorio, Rigoberto, obs; Dafrosa, Hermetes, Ageo, Cayo, Máyulo, Aquilino, Gémino, Eugenio, Marciano, Quinto, Teódoto, Trifón mrs; Roger ab; Genoveva Torres fdra; B. Manuel González.
Introito
María es Reina, el Hijo, que es omnipotente, declaró y constituyó a su Madre omnipotente. Por esto ella pudo decir con su mismo Hijo: A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra; y también: En la Jerusalén celestial está el trono mío; es decir, el poder de mandar a los ángeles y a los bienaventurados, e introducir entre ellos a cuantos quiero salvar. Y ciertamente campea de una manera espléndida la misericordia de María, como se lee en las narraciones de tantas maravillas, en que muchos ya seguros de su condenación, muchos sucumbiendo entre las olas de pecados, muchos ya desahuciados y muertos, sintieron la influencia de su amor, puesto que confiaban en su patrocinio (Ricardo de S. Lorenzo).
María ha sido declarada torre fortísima que defiende la Iglesia como último refugio de los pecadores, para que a ella se acojan todos los reos, todos los tristes, todos los afligidos, y, con tan poderoso presidio y defensa, triunfan del enemigo. En cualquiera tribulación acude a María; ya te veas afligido con el peso de tus pecados, ya te sientas apretado por la furia de las persecuciones, ora sean las dudas ora las tentaciones te turben, huye a esa torre, acude a María (Sto. Tomás de Villanueva).
Meditación: ¿QUÉ ES MORIR?
¿Conocéis el hermoso grabado de Arysheffer que representa a Santa Mónica con S. Agustín?
¿Os acordáis? Vuestra alma, desapegándose, por decirlo así, de vuestro cuerpo, subía, subía con la mirada de Agustín y el pensamiento de Mónica, y vuestros labios murmuraban muy quedo, y como por instinto, una de las frases que inspiraron este cuadro: Nada, nada tengo que ver con la tierra.
Este cuadro lo he vuelto a ver en acción. Escuchad:
Dos hermanas, todavía jóvenes, se hallan sentadas una cabe la otra, hablando de esas cosas de lo alto, que son para el alma la luz, el alimento, el aire, gracias a los cuales vive.
Una de ellas, aquejada de una de esas crueles enfermedades de pecho que consumen lentamente la vida, ya en ese grado de abatimiento que no permite contar la vida sino por horas, describía las glorias del cielo, a donde pronto iba a volar.
-Pero -le dijo su hermana apretándole fuertemente la mano, -pero la muerte… la muerte ¿no te causa miedo?
-¿La muerte? Pero si no hay muerte. Mira, siento, ruego, amo, entiendo; esto es toda la vida. El aliento de mi pecho,
¿qué es? ¿qué es la impresión de tu mano en la mía? Nada, absolutamente nada.
Mi vida, mi verdadera vida, la que ama a Dios, la que aspira a Dios, la que te ama, querida hermana, no cesará jamás; por lo contrario, crecerá, se engrandecerá, será más afable, más suave, más completa… jamás, jamás se extinguirá.
Al estar en ella, sentiré, oraré, amaré, entenderé siempre, siempre.. y ¡con qué fuerza, oh Dios mío! Lo que va a pasar en mí, porque siento perfectamente que algo se agita en mi ser, es una dilatación de mi vida, un cambio, si quieres; pero no, no es la interrupción de la vida; no es la muerte.
-¿Y los padecimientos por los cuales quizás tenga uno que pasar?
-¿Los padecimientos? -dijo la enferma haciendo uno de esos gestos que significan lo poco que importa una cosa. -¡Un estremecimiento y todo acabado!
Tú te hallarás a mi lado, hermana mía, y orarás; yo te veré, pensaré en ti; tú observarás mis dolores… y cuando mis ojos no puedan verte más, cuando mi mano no sienta ya la tuya…
¡oh! entonces Dios estará a mi lado para sostenerme. Tú eres su imagen, Él es la realidad; Él es el ser a cuya unión aspiro, Él la paz y el descanso. Él la morada eterna en donde te veré, en donde te amaré y desde donde pronto te llamaré: a Él voy.
¡Oh! no hablemos de la muerte; hablemos, hablemos d e la vida; experimento la necesidad de engrandecer mi vida…
Calló la enferma, agotada, pero sonriente.
Al día siguiente recibió, como cada día, la sagrada comunión; y algunas horas después, teniendo en la suya la mano de su hermana, repitió este grito, respuesta a un llamamiento que sólo ella acababa de oír: ¡Sí, sí, si!
Luego expiró.
Oración
¡Oh Reina de los ángeles sacratísima a quien ningún trabajo era pesado, ni la peregrinación cansada, ni la tierra ajena con la compañía de Jesús! Con este tesoro toda la tierra os será patria, todo servicio suyo suave y toda obediencia leve.
¿Qué bien puedo tener sin la compañía de este Señor? Acordaos, abogada de los pecadores, que el fruto de estos vuestros trabajos y de los suyos es adquirir muchos hijos, llamar a sí muchos errados y juntar a sí muchas ovejas perdidas. Valed, Señora, a ésta acosada de los enemigos, y errante por los desiertos de este valle de lágrimas. Juntadme a la manada de este divino Pastor, para que siempre oiga y siga su voz (Vble. Tomé de Jesús).