Meditación del día

4 de enero

Ss. Celso, Gregorio, Rigoberto, obs; Dafrosa, Hermetes, Ageo, Cayo, Máyulo, Aquilino, Gémino, Eugenio, Marciano, Quinto, Teódoto, Trifón mrs; Roger ab; Genoveva  Torres fdra; B. Manuel  González.

Introito

María es Reina, el Hijo, que es omnipotente, declaró  y constituyó a su Madre omnipotente. Por esto ella pudo  decir  con su mismo Hijo: A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra; y también: En la Jerusalén celestial está el trono mío; es decir, el poder  de mandar a los ángeles  y a los bienaventurados, e introducir entre ellos a cuantos quiero salvar. Y ciertamente campea  de una manera  espléndida la misericordia de María, como se lee en las narraciones de tantas  maravillas, en que  muchos ya seguros de su condenación, muchos sucumbiendo entre las olas de pecados,  muchos ya desahuciados y muertos, sintieron la influencia  de su amor, puesto que confiaban  en su patrocinio (Ricardo de S. Lorenzo).

María ha sido declarada torre fortísima que defiende la Iglesia como último  refugio de los pecadores,  para  que a ella se acojan todos los reos, todos los tristes, todos los afligidos, y, con tan poderoso presidio y defensa, triunfan del enemigo. En cualquiera tribulación acude a María; ya te veas afligido con el peso de tus pecados, ya te sientas apretado por la furia de las persecuciones, ora sean las dudas ora las tentaciones te turben, huye a esa torre, acude a María (Sto. Tomás de Villanueva).

Meditación: ¿QUÉ ES MORIR?

¿Conocéis el hermoso grabado de Arysheffer que representa a Santa Mónica con S. Agustín?

¿Os acordáis? Vuestra  alma,  desapegándose, por  decirlo así, de vuestro cuerpo,  subía, subía con la mirada de Agustín y el pensamiento de Mónica, y vuestros labios  murmuraban muy quedo, y como por instinto, una de las frases que inspiraron este cuadro: Nada, nada tengo que ver con la tierra.

Este cuadro lo he vuelto  a ver en acción. Escuchad:

Dos hermanas, todavía jóvenes, se hallan sentadas una cabe la otra, hablando de esas cosas de lo alto, que son para el alma la luz, el alimento,  el aire, gracias a los cuales vive.

Una de ellas, aquejada de una de esas crueles enfermedades  de  pecho  que  consumen lentamente la vida,  ya en  ese grado de abatimiento que no permite contar  la vida sino por horas,  describía las glorias  del  cielo, a donde pronto  iba a volar.

-Pero -le dijo  su  hermana apretándole fuertemente la mano, -pero la muerte… la muerte ¿no te causa  miedo?

-¿La  muerte? Pero si no hay  muerte. Mira, siento,  ruego, amo, entiendo; esto es toda  la vida.  El aliento  de mi pecho,

¿qué es? ¿qué es la impresión de  tu mano  en la mía? Nada, absolutamente nada.

Mi vida, mi verdadera vida, la que ama a Dios, la que aspira a Dios, la que te ama, querida hermana, no cesará jamás; por  lo contrario, crecerá,  se engrandecerá, será  más afable, más suave, más completa… jamás, jamás se extinguirá.

Al estar en ella, sentiré, oraré,  amaré,  entenderé siempre, siempre.. y ¡con qué fuerza, oh Dios  mío! Lo que va a pasar en mí, porque siento perfectamente que algo se agita en mi ser, es una dilatación de mi vida, un cambio, si quieres; pero no, no es la interrupción de la vida; no es la muerte.

-¿Y los padecimientos por los cuales quizás tenga  uno que pasar?

-¿Los  padecimientos? -dijo la enferma haciendo uno de esos gestos que significan lo poco que importa una cosa. -¡Un  estremecimiento y todo acabado!

Tú te hallarás a mi lado, hermana mía, y orarás; yo te veré, pensaré en ti; tú observarás mis dolores…  y cuando mis ojos no puedan verte más, cuando mi mano no sienta  ya la tuya…

¡oh! entonces Dios estará  a mi lado para sostenerme. Tú eres su imagen, Él es la realidad; Él es el ser a cuya unión aspiro, Él la paz y el descanso. Él la morada eterna en donde te veré, en donde te amaré  y desde  donde pronto  te llamaré:  a Él voy.

¡Oh! no hablemos de la muerte; hablemos, hablemos d e la vida; experimento la necesidad de engrandecer mi vida…

Calló la enferma,  agotada, pero sonriente.

Al día siguiente recibió, como cada día, la sagrada comunión; y algunas horas  después, teniendo en la suya la mano de su hermana, repitió este grito, respuesta a un llamamiento que sólo ella acababa  de oír: ¡Sí, sí, si!

Luego expiró.

Oración

¡Oh Reina de los ángeles  sacratísima a quien  ningún trabajo era pesado,  ni la peregrinación cansada, ni la tierra ajena con la compañía de Jesús! Con este tesoro toda la tierra os será patria,  todo servicio suyo suave y toda obediencia leve.

¿Qué bien puedo tener sin la compañía de este Señor? Acordaos, abogada de los pecadores, que el fruto  de estos vuestros trabajos y de los suyos es adquirir muchos hijos, llamar a  sí muchos  errados y juntar  a sí muchas ovejas perdidas. Valed, Señora, a ésta acosada  de los enemigos, y errante por los desiertos de este valle de lágrimas. Juntadme a la manada de este divino Pastor, para que siempre oiga y siga su voz (Vble. Tomé de Jesús).

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Noticias Cristianas

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