Ss. Ángela de Merici, v. fdra. Ursul; Enrique de Ossó, pb, fdr; Vitaliano, p; Emerio o Mer, ab; Julián, ob, Cándida, Devota, Maura, Teodorico y Domiciano, cfs; Lupo, ob; Avito, Dativo y Vicente, Reato, Julián, mrs; Mariano, ab; Mauro, ab; Pedro, an; Gamelberto, pr.
Introito
Hizo verdaderamente Dios a María para vista, obra muy suya y remirada, en cuya comparación toda la hermosura del cielo, toda la luz del sol es escoria, y toda la alteza de los serafines y la santidad de los santos no tienen valor alguno. Pues como la hizo Dios para muestra y prueba de su infinita sabiduría y donde más campea y luce su bondad, es grande el gusto que recibe que la estemos admirando y alabando (P. Nieremberg).
Honrad, que razón tenéis para ello,
en María, la integridad de la carne y la santidad de la vida; admirad, que es justo, en Ella, la fecundidad unida con la virginidad; admiradla también Madre de un Hijo Dios. Ensalzadla exenta de la concupiscencia en el concebir, exenta de los dolores del parto. Predicad también, altamente, que es venerable a la vista de los Ángeles, que es deseada por las gentes, que fue prevista por los Patriarcas y por los Profetas, que fue elegida entre todas, que fue sobre todos ensalzada. Glorificadla como recuperadora de la gracia, como mediadora de la salud, como reparadora de los siglos; ensalzadla, en fin, como elevada sobre todos los coros de los Ángeles en el Reino celestial (S. Bernardo).
Meditación: FRANCISCO DE ASÍS LLEGA AL MONTE ALVERNIA
Teniendo S. Francisco cuarenta y tres años de edad, en el año mil doscientos veinticuatro, inspirado por Dios, salió del valle de Espoleta para ir a la Romagna con su compañero Fray León; y pasando al pie del castillo de Monte Feltro, en ocasión que había allí un gran convite y cortejo por armarse caballero uno de aquellos condes, oyó hablar de la fiesta y de la concurrencia de muchos nobles y dijo a fray León:
-Vamos a esta fiesta; que con la ayuda de Dios hemos de hacer algún fruto espiritual.
Entre otros caballeros había concurrido un gentilhombre de la Toscana, llamado Orlando de Chiusi de Casentino, el cual, por las maravillas que había oído de la santidad de S. Francisco, le tenía mucha devoción, y deseaba muchísimo verlo y oírle predicar.
Entró S. Francisco en el pueblo y se fue a la plaza donde estaba reunida toda la multitud de caballeros, y con fervor de espíritu subió sobre un montón de piedras y comenzó a predicar poniendo por tema este dicho vulgar: Tanto es el bien que espero que en las penas me deleito; e inspirado por el Espíritu Santo, predicó tan devota y profundamente, probando este tema con diferentes penas y suplicios de los santos apóstoles y mártires, las duras penitencias de los santos confesores y las muchas tribulaciones y tentaciones de las vírgenes y de otros santos, que toda la gente estaba con la atención y la mirada fija en él, escuchándole como a un ángel de Dios. Oyendo el caballero Orlando la maravillosa predicación de S. Francisco, se sintió tocado por Dios en su corazón y resolvió arreglar con el Santo los asuntos de su alma.
Dijo a S. Francisco:
-Tengo en la Toscana un monte devotísimo, llamado Alvernia, muy solitario y selvático, y muy bueno para el que quiera hacer penitencia en lugar retirado o vivir en soledad; si te gustase, te lo daré de buena gana para ti y tus compañeros por la salud de mi alma.
Al oír S. Francisco tan generoso ofrecimiento de lo que él deseaba mucho, sintió grandísima alegría, y alabando y dando gracias a Dios.
El monte Alvernia, era muy a propósito para la oración y contemplación.
-Hijos míos, dijo S. Francisco, se acerca nuestra cuaresma de S. Miguel Arcángel; yo creo firmemente que es voluntad de Dios que la pasemos sobre el monte Alvernia que, por providencia divina, nos está preparado para que, a honra y gloria de Dios, de su gloriosa Madre Virgen María y de los santos Ángeles, haciendo nosotros penitencia, merezcamos santificar aquel bendito monte.
Tomó luego consigo a fray Maseo, a fray Ángel Tancredo de Asís, y a fray León. Con estos se puso en oración y, encomendándose después a sí y a ellos a las oraciones de los que se quedaban, emprendió el viaje con los tres compañeros, en nombre de Jesucristo, hacia el monte Alvernia. Al salir, llamó a fray Maseo y le dijo:
-Tú, fray Maseo, serás nuestro Guardián y Prelado durante este viaje, mientras vayamos o estemos reunidos; y así observaremos nuestras costumbres, porque rezaremos el oficio o guardaremos silencio, y no hemos de pensar con anticipación en la comida ni en el albergue, sino que, llegando la hora de recogernos, pediremos de limosna un poco de pan y nos quedaremos a descansar donde Dios disponga.
Los tres compañeros inclinaron la cabeza y, haciéndose la señal de la cruz, siguieron adelante. La primera noche llegaron a un convento y se quedaron allí. La segunda, a causa del mal tiempo y el cansancio, no pudieron llegar a ningún convento ni a pueblo ni villa alguna y, uniéndose al mal tiempo la noche, hubieron de refugiarse en una iglesia abandonada y deshabitada, y allí se echaron a descansar.
Mientras dormían los compañeros, S. Francisco se puso en oración, y ya bien entrada la noche, vino una multitud de ferocísimos demonios con grandísimo estruendo y algazara y comenzaron a combatirlo reciamente y darle guerra; uno lo pinchaba por aquí, otro por allí; quien lo tiraba al suelo, quien lo empujaba hacia arriba; éste lo amenazaba con una cosa, aquél le reprochaba otra; y por el estilo se industriaban de diversos modos para estorbarle la oración, pero no pudieron porque Dios estaba con él.
S. Francisco, después de estados sufriendo largo espacio, comenzó a gritar con voz fuerte:
-Espíritus condenados, nada podéis vosotros, sino lo que el Señor os permite; os digo, de parte de Dios omnipotente que hagáis de mi cuerpo todo lo que Él os consienta; lo sufro de buena gana, porque no tengo mayor enemigo y, si me vengáis de él, me hacéis grandísimo servicio.
Entonces los demonios asieron de él con grande ímpetu y furor y lo arrastraron por la iglesia, causándole mucha más molestia y fastidio que antes. Y S. Francisco comenzó a gritar y decir:
-Señor mío Jesucristo, yo te doy gracias por tanto amor y caridad como me muestras, porque señal es de grande amor que el Señor castigue bien a su siervo por todos los defectos en este mundo, para no castigarle en el otro. Dispuesto estoy, Señor, a sufrir alegremente cuantas penas y adversidades me quieras enviar por mis pecados.
Por fin huyeron los demonios, confundidos y vencidos de tanta paciencia. Y S. Francisco salió de la iglesia muy enfervorizado, entró en un bosque que estaba allí cerca y, puesto en oración, con súplicas y lágrimas e hiriéndose el pecho, llamaba a Cristo, el amado y esposo de su alma. Ya le hablaba reverentemente como a su Señor, ya le respondía como a su juez, ya le suplicaba como a padre, ya conversaba con Él como un amigo.
Estando ya despiertos los compañeros, lo oyeron lamentar en alta voz la pasión de Cristo, como si la estuviese viendo corporalmente. Lo vieron por largo tiempo orando con los brazos en cruz, levantado de la tierra y rodeado de una nube resplandeciente. En estos santos ejercicios pasó sin dormir toda la noche. Y a la mañana, conociendo los compañeros que, por la fatiga y la falta de sueño, estaba muy débil y difícilmente podría caminar a pie, fueron a casa de un pobre trabajador de aquel país y le pidieron por amor de Dios que les prestase su jumento para el Padre fray Francisco, que no podía caminar a pie. Al oír nombrar a fray Francisco, preguntó:
-¿Sois vosotros compañeros de aquel fray Francisco de Asís de quien se cuenta tanto bien?
Respondieron ellos que sí, y que para él venían a pedirle
el asno. Entonces, el buen hombre, aparejó el asno con mucha devoción y solicitud y él mismo se lo llevó a S. Francisco y con grande reverencia le ayudó a subir encima.
Siguieron el viaje acompañándolos el labrador, que caminaba detrás de su asno, y cuando habían andado un trecho, dijo a S. Francisco:
-Dime: ¿Eres tú fray Francisco de Asís?
Y respondiendo el Santo que sí, añadió el villano:
-Pues pon cuidado en ser tan bueno como la gente cree que eres, porque todos tienen gran fe en ti y por eso te advierto que no defraudes la esperanza de la gente.
Al oír S. Francisco estas palabras, no se desdeñó de ser amonestado por un rústico, sino que inmediatamente se echó a tierra, y arrodillándose delante de él, le besó los pies y le dio gracias con humildad, porque había tenido a bien avisarle tan caritativamente.
Muy movidos a devoción el labrador y los otros frailes, levantaron del suelo a S. Francisco, lo pusieron sobre el asno y continuaron adelante. Cuando llegaban poco más o menos a la mitad del monte, como el calor era grandísimo y la subida penosa, sintió el labrador muy ardiente sed, y tanto le atormentaba, que comenzó a gritar detrás de S. Francisco:
-¡Ay de mí, que me muero de sed! Si no hay algo que beber, desfalleceré inmediatamente.
Francisco bajó del asno, se puso en oración y estuvo de rodillas con las manos levantadas al cielo hasta que supo por revelación que había sido oído. Entonces dijo al labrador:
-Corre presto a aquella piedra y hallarás agua fresca que acaba de hacer brotar allí Jesucristo, por su misericordia.
Y acudiendo al sitio que le mostraba, encontró una fuente bellísima que había salido de un peñasco muy duro en virtud de la oración de S. Francisco; y, habiendo bebido copiosamente, se sintió reconfortado. No cabe duda que la produjo Dios milagrosamente a ruegos del Santo, porque ni antes ni después se vio fuente de agua en aquel sitio ni otro manantial en grande espacio alrededor. Dieron gracias a Dios por el manifiesto milagro S. Francisco, sus compañeros y el labrador, y prosiguieron el viaje.
Al llegar al pie del peñasco mismo del Alvernia, quiso S. Francisco descansar un poco bajo de una encina que había y aún hay en el camino. Desde allí se puso a mirar la disposición de aquel lugar y país, y en esto vino una gran multitud y variedad de pájaros y, cantando y batiendo las alas, mostraban todos grandísima fiesta y alegría, rodearon a S. Francisco de modo que unos se le posaron en la cabeza, otros en las espaldas, otros en los brazos, algunos en el seno y otros alrededor de los pies. Maravillábanse de esto los compañeros y el labrador, y S. Francisco decía, muy regocijado:
-Yo creo, hermanos carísimos, que a nuestro Señor Jesucristo le agrada que habitemos en este monte solitario; pues tanta alegría muestran por nuestra llegada nuestros hermanos y hermanas los pájaros.
En alabanza de Dios y de su santísimo Nombre. Amén.
Oración
Dios te salve, Madre benditísima, único refugio para los desvalidos hijos de Eva; tú sin mirar el barro de que fueron formados, apoyas ante el trono de tu Hijo, Señor y Dios nuestro, sus oraciones y deseos. Por toda la tierra ha corrido el óleo de tu misericordia, y de sus cuatro extremos resuena una sola voz pregonando las mercedes de tu amparo. Dios te salve, piadosa Madre, que a la medida de nuestras miserias acrecientas el número de tus favores, y mayor benignidad ostentas donde mayores necesidades hallas. Tú eres corona de pobres, cumbre de humildes, reparo de desahuciados, madre de huérfanos, solaz de los menesterosos y de las viudas. Por ti halla pan el hambriento, techo el desasilado, agua el sediento, y el perseguido justicia y protección (5. Juan Damasceno).