Meditación del día

23 de enero

Esponsales de la Madre de Dios; Ss. Ildefonso, ob; Francisco Gil de Federico, pb. y mr; Emerenciana, v. y mr; Pármenas, de; Clemente, ob. y mr;Agatángelo, Severiano, Aquila, Asclas, Aselas, mrs; Antinoe, Juan el Limosnero, pe. Alejandría; Urbano, ob; Martirio, mj; Amasio, ob; Armando, ab; Martir Solit., Mesalina, v. y mr; Salomón el Silenciario; Ba. Margarita.

Introito

Resultat d'imatges de hija de Sión

Inmaculada, de afectos puros y de pensamientos celestiales, cual éste que tuvo en el día de sus desposorios (S. Ildefonso).

Vístete de alegría, hija de Sión, da voces de júbilo, castísima hija de Jerusalén, Señora del mundo, Madre de Cristo, porque el Señor te será por luz perpetua, y tu Hijo amantísimo por corona de tu gloria. Voz de las atalayas celestes; alzaron la voz; juntamente darán voces de júbilo: y centellear de los astros del alba será resplandor de alabanza a la gloria de tu nombre, porque el arroyo de tu piedad alegra la Jerusalén celeste y cubre la tierra de hermosura ¿Quién no ha probado alguna vez el calor suavísimo de tus entrañas maternales? ¿cuándo no tiembla el infierno y no saltan de gozo los cielos en oyendo el casto sonido de tu voz? En tu seno, como en urna sacratísima, como en santuario de infinita majestad, ha encerrado la mano del Altísimo el fruto de su misma vida infinita, el centro de todos sus misterios, y en tu pecho, como en un libro, se compendió la eterna Sabiduría (S. Ildefonso).

Meditación: DEBAJO DE LA HIGUERA

Le dice Natanael: ¿de dónde me conoces? Le respondió Jesús: antes que Felipe te llamara, yo te vi debajo de la higuera (Jn 1, 48).

Yo quisiera reflexionar esta tarde acerca de la Providencia callada, que con paso lento va preparando amorosamente todo lo que está por venir.

Cuando viste a Natanael sentado bajo una higuera, él no se dio cuenta, y sin embargo aquella mirada eterna era ya una mirada llena de predilección con que sorprendías a aquel hombre adormecido, sin que él lo supiese, entre las redes de tu gracia. Me encanta ese gesto silencioso y esa larga mirada invisible. Hoy seguramente miras también a algún niño, que está jugando a las bolitas o que está cazando mariposas, y ese pequeño no sabe que tú le has predestinado a ser dentro de medio siglo tu Vicario en la tierra, no sabe que le confiarás tu Iglesia. Ninguno de nosotros lo sabe, pero tu vigilancia se adelanta a nuestros débiles juicios, y vas preparando incansablemente a todos los que más tarde han de continuar tu obra.

Tú sabes cómo se conquista a los hombres, cómo se hacen desear. Cuando hiciste brillar en el cielo de Oriente aquella estrella misteriosa, de la que nada saben nuestros astrónomos, tratabas de captar con ello suavemente la atención de los Magos, y organizabas, ya antes de nacer, la incesante peregrinación de la fe hacia la eterna Belén. Y yo sé que a lo largo de toda mi vida, tu Providencia ha hecho brillar estrellas en el firmamento. Mi cabeza pagana cree que los libros de mi biblioteca y las conversaciones con mis amigos y los pensamientos que me vienen han sido ordenados por una casualidad insignificante, sin objeto y sin conciencia; pero cuando quiero escuchar la fe de mi bautismo, sé bien que todo lo has preparado para que, por los caminos del desierto o de la ciudad, por los consejos recibidos y los libros leídos, llegase a donde tú estás y te adorase de veras.

Cuando tú oraste para que la fe de Pedro no desfalleciese nadie supo nada. Tú lo anunciaste diciendo que lo habías hecho. Me encanta esa oración secreta por tu discípulo. Él ignoraba que en ese momento estaba en juego su vida eterna, y que tú le ibas a salvar recomendándole muy especialmente al Padre. Me parece que para mí, como para tu apóstol, tu oración silenciosa ha sido redentora; no dudo que sobre la montaña y en el desierto, conociendo mis peligros, preparaste, mediante tu oración omnipotente, mi liberación definitiva. Y esta historia secreta de mi vida, oculta en los designios de tu amor, es la que me conmueve y me encanta.

¿Cómo podré continuar siendo vanidoso y creer en mi excelencia, cuando veo que todas mis virtudes tienen en ti su origen remoto?

Cuando colocaste entre la muchedumbre de los hambrientos, en el desierto, un muchachito con algunos panes de cebada y dos peces, nadie pensaba que preparabas un milagro y que ibas a anunciar la Eucaristía. Aquel muchacho había dejado su casa y llevaba consigo sus escasas provisiones, sin saber que tu Espíritu guiaba sus pasos, y que una cosa formidable, única, eterna, iba a cumplirse gracias a su no muy repleta mochila. Y a nosotros nos acontece lo mismo. Tu Providencia asegura, sin hacer ruido, los recursos de la fe en las almas: prepara las nuevas dosis de energía; organiza las etapas de la virtud, y distribuye en la hora señalada los verdaderos socorros.

Tú habías preparado en los bosques la madera de tu cruz, y aquel árbol único lo hizo crecer para tal fin tu Divina Providencia; tú preparaste el pescado milagroso que debía suministrar a Pedro un estáter de oro; tú preparaste a todos tus fieles para que te escuchasen como Lydia, la purpuraría, de la que nos refieren los Hechos de los Apóstoles que abriste su corazón para que prestase atención a los discursos de San Pablo.

Eres un Dios oculto, entendido en construir y en juntar las piezas, en reunirlas y combinarlas. Eres entendido en hacer salir de nuestras miserias tu obra eterna. Pero ¡ah! vivimos muy despreocupados de toda esa Providencia como cuando se pasa sobre los puentes sin mirar siquiera al río. No cesas un solo día de ocuparte de nosotros, pero nosotros no pensamos en ello y nuestras ruines distracciones nos agotan.

¿Y si nos decidiéramos de una vez a reflexionar, o mejor, si al menos nos decidiéramos a dejar de ser ciegos? Porque para que yo me halle hoy a tus pies, tú has combinado el mundo desde toda la eternidad, y cada una de nuestras buenas obras es una respuesta que tu amor eterno nunca ha cesado de preparar.

Oración

Oh Virgen soberana, por esto eres bendita entre las mujeres, íntegra entre las madres, señora entre las siervas, reina entre las hermanas. He aquí que por esto te llamarán bendita todas las generaciones, te conocieron bendita todas las celestes virtudes, te predican bendita todos los profetas, te celebran bendita todos los pueblos. Bendita tú para mi fe, bendita para mi alma, bendita para mi amor, bendita para mis elogios y alabanzas. Ensálcete, pues, yo cuanto debes ser ensalzada, ámete cuanto debes ser amada, alábete cuanto eres laudable, sírvate cuanto se debe servir a tu gloria (S. Ildefonso).

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Noticias Cristianas

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