Ss. Fulgencio, Honorato, Ticiano, Melas, Valerio, obs; Marcelo I p; Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto, Otón, Julio y Tolomeo mrs; Roplando ab; Prisila v; Frisio cf.
Introito
Margarita brillantísima, de quien nació el Sol del mundo; renuevo de olivo cargado de fruto; luna clarísima en la noche del mundo, sol ella misma muy resplandeciente para el cielo (Antigua Liturgia eclesiástica).
Augustísima Virgen: así como es preciso que perezca el que es arrojado y despreciado de Vos, así es imposible que se pierda aquel a quien reduzcáis y en quien pongáis los ojos (S. Anselmo).
Indefectible medianera, pues ni le falta el poder, porque ella es madre de omnipotencia: ni la voluntad, porque es madre de misericordia: ni la industria de recaudar gracia, porque ella es madre de toda sabiduría (S. Bernardo).
Abogada dulcísima, que ni a pesar de nuestros pecados debe disminuirse la confianza de que María nos oiga cuando acudimos a sus pies (S. Alfonso Mª de Ligorio).
Meditación: JESÚS INSTITUYÓ LA EUCARISTÍA CUANDO MÁS LE ULTRAJABAN LOS HOMBRES
Cuando se meditan las acciones de Jesús, amantísimo Redentor nuestro, no se puede decir cuál fue, entre todas la más fina y amorosa hacia los hombres; porque todas ellas revelan igualmente un amor inmenso e infinito. Nos dice, sin embargo, San Juan, que habiendo Jesús amado a los suyos, los amó aún más al final de su vida: Los amó hasta el final, esto es, se reservó las cosas más grandes para el final de su vida, como comenta el Angélico Maestro Santo Tomás. Por esto, bien parece que podemos decir que en aquella Cena misteriosa, en la que Jesús nos dio sacramentada su Carne, su amor excedió a él mismo sin límites, fue un amor sin parangón, un amor sin límite, sin fin. Cierto es que el divino Corazón de Jesucristo estuvo siempre herido de amor hacia las criaturas. Este amor lo hizo bajar del Seno dilecto del Padre celestial a hacer esposorio con la naturaleza humana; este amor le obligó a nacer dentro de un establo, teniendo, como tenía, su sitial por encima de los Serafines; este amor lo hizo nada siendo, como era, Omnipotente; lo hizo mortal siendo, como era, Eterno; y tan rico como era, lo convirtió en pobrecito y lo hizo vivir en el mundo durante treinta y tres años llenos de menosprecios y agobios. Pero cuando lo vemos, al despedirse de los hombres, dejarles su Cuerpo por alimento y por bebida su Sangre, ¿quién de nosotros dejará de decir que fue esta la finura más excelsa de su amor, la finura en la que sobresalen con más resplandores los ardores de su caridad?
Este amor, pues, hemos de meditar, para que poderando sus suavísimas finuras, nos hagamos mayor cargo de las inmensas ingratitudes con las cuales el mundo corresponde a su Rey Sacramentado. Y la primera finura que se nos ofrece es el tiempo en el que Jesús instituyó la Eucaristía.
Jesús había vivido treinta y tres años en medio de los hombres; y solamente cuando la malicia llegó al exceso mayor que puede imaginarse de una criatura -que es urdir la muerte de su Creador- solamente entonces quiso hacer gala de darles a comer dentro de los accidentes del pan aquel mismo Cuerpo que ellos iban a clavar en una cruz. Entendió este finísimo Amador que el mayor de los beneficios había de ser otorgado en el momento de la ofensa más abominable. Cuando los hombres conspiraban contra su vida, cuando uno de sus propios discípulos trataba de venderlo a sus enemigos, es cabalmente entonces que Él ofrece a todos su Carne y su Sangre. Con una ventisca agitada crecen y se ensanchan los grandes incendios. El Corazón de Jesucristo era una hoguera bien encendida; pero bajo la tormenta inmensa de tantos agravios, sus vivas llamas se inflamaron de una manera suprema y llegaron a la cima del amor, al Sacrificio del Altar. Hizo
Jesús con los hombres tal cual hace el sol con la tierra: que los mismos vahos que suben de ella para nublarla de su resplandor se convierten por su influjo en aguas bienhechoras y fertilizantes. ¡Oh cuánto anhelaba nuestro Redentor instituir este Santísimo Sacramento para desfogar aquel amor sin principio ni fin que le quemaba, aquel amor inefable en el que desde toda la Eternidad se había complacido! Bajó al mundo; vivió en medio de los hombres, conversó con ellos horas y horas; y no quiso satisfacer su amor con aquella finura cabal hasta entonces, cuando se vio más ultrajado y mal correspondido.
Oración
Oh Virgen gloriosa, si eres estrella del mar, siempre mientras me durare la vida, quiero estar en este mar, para que seas mi estrella; quiero hallarme en el mar de la perfecta amargura, gimiendo mis pecados, íntimamente unido a Cristo clavado en la cruz, y con lágrimas de caridad por las miserias y pecados de mis prójimos (S. Buenaventura).