Los antiguos filósofos se desprendían de las cosas de la vida tan solo para morir con menos repugnancia. Habían previsto que la muerte que nos despoja de un cuerpo cargado de necesidades y de indisposiciones, no era una desgracia.
Así los hombres de bien se alegran al acercárseles la muerte; en cambio los libertinos rabian porque se les escapa toda su pretendida felicidad y se abandonan a la desesperación. Los consuelos de la muerte no pueden ser sino las consecuencias de una buena vida. Cualquiera que se desprenda de los bienes y de los honores como de un abrigo, sabrá morir todos los días y sabrá morir realmente en el momento señalado por la Providencia.
Señor, ¿por qué nos dejáis sobre la tierra, si no es para merecer vuestra eterna posesión? Todo cuanto hacemos para el mundo, perecerá con el mundo. Todo cuanto hagamos para Ti, será inmortal. ¿Qué nos importa la dicha transitoria ya que fuimos creados para la dicha eterna?