Todo lo que uno ha acumulado en este mundo para su fortuna, para su gloria y para sus placeres, debe ser considerado como si no existiese; y el juicio de Jesucristo dispersará como el polvo y la ceniza todo lo que no habrá sido recogido en su nombre y con el objeto de su gloria
No se ha oído decir que nadie al morir haya tenido jamás sentimiento de haberse separado demasiado del comercio de los hombres, y se ha visto que muchos se han arrepentido de no haberse separado bastante de él.
Dichoso aquel que, viviendo de la fe, mira todo cuanto hay sobre la tierra como extraño, y se considera a si mismo como un desterrado. Sí, todo debe acabar. Lo que muere no hace más que precedernos. Los que nos sobreviven pronto nos alcanzarán; las obras más bellas y sólidas primero pierden su brillo, en seguida se empañan, van gastándose poco a poco, y luego quedan reducidas a polvo. Así como sus obras, el hombre se debilita, degenera, envejece y acaba.
¡Cuánto más ventajoso es abandonar el mundo que aguardar a que él nos abandone, y desprenderse con mérito de los placeres REPROBADOS POR LA VIRTUD, que no esperar que la pesada mano de la muerte nos arranque de ellos con violencia!