Los que con exceso se afligen por la muerte de sus parientes o de sus amigos, se dejan arrastrar por los movimientos de la naturaleza y de la costumbre; es una debilidad en que nunca caeríamos, si nos tomásemos el tiempo de considerar que los decretos de la Providencia son inmutables, y que hay mucha diferencia entre los bienes sólidos e infinitos que debemos esperar en el Cielo, y los bienes tan vanos y cortos que poseemos en la tierra. Si los cristianos debiesen llorar, no sería porque sus padres o amigos murieron demasiado pronto, sino porque ellos mismos viven demasiado; pues la mayor de todas las desdichas es languidecer en el mundo en medio de toda suerte de males, y estar por largo tiempo privados de la felicidad de que disfrutan aquellos mismos amigos cuya pérdida nos aflige…Abramos los ojos: ya es tiempo de que nuestra cárcel nos horrorice, y de romper las cadenas con que estamos atados. Pensemos que después de esta vida hay otra; despertemos nuestra fe; excitemos nuestra esperanza; consolémonos en fin; alegrémonos de que nuestros allegados, al perder una vida llena de miserias, han alcanzado una eterna dicha; abrasémonos en un santo deseo de morir; busquemos con ardor , y recibamos gozosos a la que ha de poner fin a nuestras miserias y ser el comienzo de nuestra felicidad.
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