Voy a sintetizar los que aporta Royo Marín en su obra Teología de la Salvación.
1º.-Vivir habitualmente en gracia de Dios. Es la mayor señal de todas ya que sólo el pecado puede arrebatarnos la perseverancia final. En cambio, no hay otra señal más clara de eterna reprobación como vivir habitualmente en pecado, sin preocuparse poco o mucho de salir de él.
2º.- Tener espíritu de oración. La oración, revestida de las debidas condiciones, obtiene infaliblemente el don de la perseverancia final .Por eso san Alfonso de Ligorio no vacila en afirmar: “El que ora se salva ciertamente, y el que no ora, ciertamente se condena”.
3º.- Una verdadera humildad, que es la mejor garantía de la gracia y de las demás virtudes. Cristo perdonó en el acto a toda clase de pecadores pero rechazó con indignación el orgullo y obstinación de los fariseos.
4º.- Paciencia cristiana en la adversidad. El justo sabe reaccionar como el santo Job y acepta con resignación y paciencia los infortunios que Dios permite que vengan sobre él en castigo de sus pecados.
5º.- El ejercicio de la caridad para con el prójimo y de las obras de misericordia. “La limosna libra de la muerte y preserva de caer en las tinieblas” (Tob. 4). Si eso se dice de la limosna material, con mucha mayor razón hay que aplicarlo a la limosna espiritual. “Sepa quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte” (Sant.5)
6º.- Un amor sincero y entrañable hacia Cristo, Redentor de la humanidad. Señal de las más seguras y eficaces. Lo confirma la magnífica Promesa hecha a santa Margarita por el Corazón de Jesús abrasado de amor. Quien quiera asegurar su salvación no omitirá esta práctica de los NUEVE PRIMEROS VIERNES DE MES.
7º.- La devoción a María. Es señal grandísima de predestinación, como sentir poco atractivo hacia Ella lo es de reprobación. El que reza a diario, con piedad, el Santo Rosario puede estar moralmente seguro que obtendrá de Dios, por mediación de María, la gracia soberana de la perseverancia final.
8º.- Un gran amor a la Iglesia, dispensadora de la gracia y de la verdad. Los santos se llenaban de gozo al pensar que eran hijos de la Iglesia y sentían hacia ella todo el respeto y amor de un hijo para con la mejor de las madres.
Jaime Solá Grané