“Vigilad, estad preparados, orad…” ¡Cuántas veces el sacerdote habrá predicado este texto de Jesús! Los sacerdotes deben ser los primeros en estar preparados para recibir la muerte aunque sea repentina y dolorosa. Tomo de Chaignon muertes repentinas de sacerdotes que demuestra hasta qué punto es necesario tener presente el aviso del Señor.
“Un sacerdote iba a administrar la Extremaunción; cae en el camino, y a él se aplica el santo Óleo que llevaba para el moribundo. Otro falleció en el confesionario; iba a pronunciar la sentencia, cuando él mismo oyó la suya de boca del supremo Juez… Otro estaba predicando; anunciaba la palabra divina; de repente su voz se debilita, se apaga, cae desplomado y muere. Uno, al levantarse por la mañana y volverse del lado derecho al izquierdo, sólo tiene tiempo para exclamar: “¡Dios mío! Me muero sin asistencia de mis hermanos”. El célebre padre Maldonado se solía poner cinco veces al día en estado de comparecer ante Dios, y fue hallado muerto en su cama, sin que nada hubiese hecho presagiar un fin tan próximo. San Alfonso de Ligorio cuenta de un sacerdote que fue atacado de apoplejía fulminante, al pie del altar, al comenzar la Misa; sus últimas palabras fueron: “judica me Deus…”
Si esto pasa con los elegidos por Dios, ¿qué se ha de decir de los laicos que nos atrevemos a vivir en un estado en el que no quisiéramos que nos cogiese la muerte? La muerte nos puede sorprender cuando menos lo esperemos. Me estremece recordar la muerte de un hombre que en su juventud fue modelo de cristiano, pero que, después, se convirtió al ateísmo. Andaba por la calle y de repente cayó al suelo, muerto.
Jaime Solá Grané